LOS GÓTICOS

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Columnas
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En la sombra del Siglo de las luces se concibe el gótico en Inglaterra como una nueva corriente con un sobrevalorado uso de la razón y el rechazo a lo sobrenatural, una férrea condena en su uso literario y estético. La primera obra se publicó en 1764: El Castillo de Otranto, del escritor Horace Walpole.

Horace la firmó con un seudónimo por miedo a que fuera rechazada e hizo pasar el texto como si fuese una traducción. Confesó su autoría hasta la segunda edición, cuando era ya todo un éxito.

En la mayoría de las novelas góticas impera un ambiente funesto y poco alentador que hoy por hoy podemos encontrar en un sinnúmero de películas de terror puro. La niebla, ciudades nevadas, edificios derruidos por el tiempo o abandonados son algunos de los elementos comunes de este género. El villano (que generalmente es el protagonista), la mujer fatal, el caballero, la heroína, son arquetipos usados en lo gótico.

También la voz del narrador es muy importante; se incluyen descripciones de los lugares, diálogo, harto monólogo interior y epístolas.

Entre las historias góticas, que pueden ser reales o ficticias, encontramos Drácula, de Bram Stoker; Manuscrito encontrado en Zaragoza, de Jan Potocki; los cuentos de Edgar Allan Poe o La abadía de Northanger, de Jane Austen (mejor conocida en estos tiempos como Orgullo y prejuicio, de la que hablamos hace tiempo).

Potocki fue un conde que nació en el castillo de Pików, en Polonia (región que fuera de los polacos, pero posteriormente anexada a la actual y sufrida Ucrania). A los doce años fue enviado a Suiza junto con su hermano Severin, para luego pasar a Ginebra, donde aprendió de ciencia y literatura.

Su novela Manuscrito encontrado en Zaragoza habla de un oficial de la guardia valona al servicio de Felipe V. Comienza con que el capitán encuentra un manuscrito en español dentro de una construcción. En sus andares va descubriendo una serie de personajes extraordinarios: princesas moras, ladrones, gitanos, miembros de la inquisición, cabalistas y hasta al judío errante Ahasvero. Su primera edición solo se vendió en San Petersburgo entre 1804 y 1805.

La novela tiene una estructura de cuento laberíntico y en sus primeras páginas hay una pequeña escena lésbica e incestuosa entre dos hermanas, Emina y Zibedea. Ahí la dejo por dos razones: primero para no espoileárselas y segundo porque no la he terminado (más importante).

En fin, seguro que tendremos alguna referencia gótica en nuestros conocidos, hijos, nietas o cualquier otro espécimen que haya adoptado el tema en bandera propia. No hay que juzgarlos, hay que leer para saber y, si no entender, por lo menos aceptar. La novela gótica nos permite saber más de los oscuros vericuetos de la mente humana.

Festín

La banda vivía por allá del barrio de Tlalpan y se hacía llamar Los Góticos porque sus integrantes vestían de negro y se pintaban los ojos y las uñas del mismo color. Era un clan que gustaba de beber sangre humana. Cuando Tris supo de ellos, encontró al líder a punto de matar a un joven de un mordisco en el cuello.

Tris salvó al muchacho por milímetros. Era tanta la adoración que el sujeto, de nombre Carlos Betancurt, se había puesto unos implantes en los dientes en forma de colmillos. Tris dijo para sus adentros:

—Pinches weyes locos.

Lo primero que hizo fue tomar una pinza de punta fina y arrancarle los caninos. Después le hizo unas incisiones en la carótida. El sujeto comenzó a sangrar y Tris lo sacó a rastras. Sabía dónde se reunía su gente. Sin que nadie lo viera, Tris lo aventó y dejó que ellos mismos le chuparan la sangre, ya que tenía encajados los dientes en su propio cuello y se estaba desangrando.

Tris dejó que terminaran el festín, sacó sus pistolas y los puso contra la pared. Hizo una llamada y aparecieron diez azules que se llevaron a los cuatro integrantes.

Cuando el juez preguntó por qué se comieron la sangre de su líder, uno de ellos confesó:

—De todas maneras se iba a morir. Se estaba desangrando y la verdad nos caía muy gordo, pues era muy sangrón.