¿EL DINERO O LA VIDA?

Sergio Sarmiento
Columnas
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Con frecuencia se presenta el tema como una disyuntiva fácil. ¿Qué prefieres: el dinero o la vida? Por supuesto que la mayor parte de la gente responde que la vida.

Sobre esa base se han construido las restricciones a la movilidad y a la actividad económica que están llevando a la economía del mundo al peor desplome desde los tiempos de la Gran Depresión. Y no sorprende porque ¿quién quiere perder la vida?, ¿quién quiere ser el más rico del cementerio?

El dilema, sin embargo, no se ha planteado con todos sus elementos. No se trata de elegir entre una muerte segura y una determinada cantidad de dinero. La cuestión no es de blanco o negro. Tiene una amplia gama de grises.

Quizá lo más importante es que un contagio de Covid-19 no es, como algunos sostienen, una sentencia de muerte. Se ha dicho que la enfermedad tiene tasas de mortalidad que van de 5 a 7% de los infectados, pero hoy sabemos que esto no es cierto.

La enorme mayoría de los contagiados nunca se dan cuenta de que han contraído el coronavirus. Algunos tienen síntomas muy ligeros, otros no desarrollan ninguno. Cuando se toman en cuenta los casos no contabilizados las tasas de mortalidad bajan dramáticamente. Según algunos especialistas el Covid-19, a pesar de su gran capacidad de reproducción, no tiene una letalidad mayor a 0.1%, una cifra muy similar a la de la influenza.

Otro factor es el hecho de que el aislamiento, si funciona, lo hace solo mientras dura. Cerrar una economía dos o tres meses es posible, pero no dos o tres años. Un cierre tan prolongado llevaría a una quiebra sin precedente y a un aumento espectacular de la pobreza de un país. Para que el confinamiento realmente tenga éxito hay que esperar a que se desarrolle una cura o una vacuna, o a que la mayoría de la población adquiera inmunidad. Pero para ello es indispensable esperar por lo menos dos o tres años. Por eso los países, regiones o ciudades que lograron evitar la primera oleada del coronavirus se muestran hoy tan temerosos de caer en la segunda. Sus habitantes no tienen inmunidad.

Decisiones

El dilema no es el dinero o la vida. No estamos sufriendo un asalto en el que las cosas se pueden presentar de una manera tan sencilla. Se trata de un reto complejo en materia de salud pública en el que las decisiones deben tomarse de tal forma que se obtengan los mejores resultados posibles para la sociedad en su conjunto. Esto significa cuidar la salud, a sabiendas de que una pandemia realmente no se puede contener, pero también preservar la capacidad de la gente para ganarse la vida.

Muchos países han empezado a abrir ya sus economías a pesar de que siguen registrando contagios y fallecimientos. No sorprende. El costo económico de los confinamientos ha sido enorme, incluso para las naciones más ricas. La pobreza, que había venido bajando en el mundo desde por lo menos principios del siglo XIX, ha tenido en este 2020 su primer aumento importante. Mucha gente va a morir de hambre y de las enfermedades relacionadas con la miseria. Quizá más que de la pandemia.

El gobierno de México debe entender que sus decisiones tienen que considerar todos los factores en juego. Algunos tienen que ver con la letalidad de la enfermedad, otros con los medios de defensa que tenemos, aun sin cura ni vacuna. Contamos, por ejemplo, con medidas para guardar la distancia entre personas, pruebas para detectar contagios y mascarillas. Con estos instrumentos podemos preservar vidas sin acabar con la libertad de la gente de trabajar para alimentar a sus familias.