GUERRA FALLIDA

“Si el propósito de la guerra era reducir el uso de las drogas el esfuerzo ha sido un profundo fracaso”.

Sergio Sarmiento
Columnas
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El 17 de junio de 1971 el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, publicó un mensaje especial al Congreso sobre la prevención y el control del abuso de las drogas. Un día después, en conferencia de prensa, declaró que el abuso de las drogas representaba el “enemigo público número uno” del país. Los medios de comunicación popularizaron a partir de entonces el término “guerra contra las drogas” y 50 años después es muy claro que esa guerra ha sido un rotundo fracaso.

Durante siglos no hubo prohibiciones. El Reino Unido, de hecho, peleó dos guerras contra China, en 1839-1842 y 1856-1860, pero no para aplicar una prohibición sino para revertir las restricciones que el gobierno chino estableció al uso del opio que vendían comerciantes británicos.

Las primeras limitaciones a las drogas en Estados Unidos se registraron en 1914. En 1920 una enmienda constitucional prohibió las bebidas alcohólicas, aunque en 1933 se derogó por la violencia provocada por la prohibición. En 1937 se prohibió la marihuana en medio de una fuerte campaña antimexicana, en la que se argumentaba que los mexicanos cometían crímenes violentos contra los estadunidenses por la influencia de esta droga. La prohibición a esta y otras sustancias se extendió también a otros países. En 1961 las Naciones Unidas aprobaron una Convención Única sobre Estupefacientes que posteriormente se fortaleció en 1972. La guerra contra las drogas era ya global.

Si el propósito de la guerra era reducir el uso de las drogas el esfuerzo ha sido un profundo fracaso. Desde los setentas, cuando Nixon lanzó el grito de batalla, hasta el presente el consumo de estupefacientes no hace más que crecer. Nuevas y más peligrosas sustancias son adoptadas por los consumidores. Para lo único que sirve la guerra es para encarecer los productos y para generar violencia. Uno de los países que más sufre por esta es México.

Intereses

Si más de un siglo de prohibición y 50 años de guerra contra las drogas no han funcionado, uno pensaría que los funcionarios responsables estarían considerando opciones más eficaces. El problema es que la propia guerra creó intereses muy poderosos. La Drug Enforcement Administration (DEA), por ejemplo, fue establecida en 1973 por el mismo presidente Nixon. Actualmente tiene un presupuesto superior a los tres mil millones de dólares anuales y más de diez mil agentes y empleados. Hoy es una burocracia más interesada en preservarse a sí misma que en tener resultados concretos en la interdicción de las drogas.

Algunos esfuerzos positivos se han hecho en los últimos años. Naciones como Portugal despenalizaron las drogas hasta donde lo permiten los convenios internacionales, mientras que en los Países Bajos se mantiene una actitud de tolerancia a su uso, principalmente en la ciudad de Ámsterdam. En Estados Unidos el consumo de marihuana se legalizó en muchos estados, aunque la prohibición se mantiene a nivel federal. En México la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) determinó que la prohibición viola derechos individuales.

Los conservadores, sin embargo, consideran que la prohibición debe mantenerse por razones morales. La gente no puede decidir por sí misma qué sustancias usar; por eso, si consume drogas, hay que encarcelarla por su propio bien. Mi posición es que sí es importante reducir el consumo de estas sustancias dañinas, pero la prohibición resulta un fracaso porque no disminuye el consumo: solo genera violencia.