Es momento de que el pebetero se vuelva a encender. La llama que representa el anhelo de miles de atletas por alcanzar la gloria olímpica es la culminación de vidas entregadas a un ideal.
Tokio recibe a un mundo golpeado por el coronavirus, pero el movimiento olímpico desea sobreponerse a las complicaciones por la pandemia mundial.
Será una lucha frontal ante un nuevo adversario: tener que lidiar con la posibilidad latente de dar positivo de Covid-19 en cualquier momento; saber que el ritmo de competencia nunca fue normal debido a los confinamientos y las clasificaciones tardías; o en algunos casos con demasiada antelación, ya que se consiguieron previo a marzo de 2020.
Tokyo 2020 son unos Juegos Olímpicos que retan a la adaptación. No hay ningún atleta de los once mil que estarán en competencia que no haya sufrido las complicaciones de la pandemia. Como muestra están los tiempos altos en la natación y en el atletismo en las últimas justas clasificatorias, el primer torneo de futbol Sub-24 o las clasificaciones por designación en el boxeo ante la falta de condiciones para organizar los torneos clasificatorios continentales.
Japón afronta los Juegos Olímpicos más caros de la historia. Debido al año de aplazamiento se presupuesta que su costo final ronde los dos mil 800 millones de dólares.
Voces del sector salud nipón y del exterior señalan que no es el escenario sanitario ideal para alojar la justa. No es exageración: no hay condiciones para una cita mundial en un país que apenas supera 10% de la población vacunada.
Por ello se sacrifica la asistencia de turistas internacionales y solo se podrá tener a público local y en aforos reducidos, con el costo de no poder acceder a la derrama económica que genera el sector turístico y de servicios. Se prohíben las ovaciones, los gritos de apoyo y los abrazos.
A prueba
Para los deportistas las reglas son claras: prohibido salir de las sedes deportivas, obligación de afrontar controles de Covid diarios y la orden de abandonar la isla horas después de finalizar su participación.
A pesar de este panorama se sueña con ver lo que pueda hacer la gimnasta estadunidense Simone Biles, con cuatro oros olímpicos en su palmarés; el último intento del tenista suizo Roger Federer por conquistar el único torneo individual que no ha ganado; o la presencia a la nadadora norteamericana Katie Ledecky en su búsqueda por convertirse en la atleta con más medallas olímpicas, por citar algunas historias destacadas.
La delegación mexicana, que conforman 162 deportistas, buscará mantener los buenos resultados conseguidos en este ciclo olímpico, donde obtuvo el primer puesto en los Juegos Centroamericanos de Barranquilla 2018 y el tercero en los Panamericanos de Lima 2019. En Tokio el objetivo es por lo menos igualar lo de Río 2016, con cinco preseas. Pisar lo más alto del podio sería volver a escuchar el himno nacional en un escenario olímpico tras nueve nueve años de no hacerlo.
Serán unos juegos diferentes. Sin el color de la Torre de Babel formada por los aficionados multiculturales, sin los rugidos de estadios pletóricos, sin la libertad de la antigua normalidad. Sin embargo, con el espíritu intacto de sus protagonistas, con más hambre que nunca por demostrar que su adaptación es a prueba de cualquier adversidad global.
¡Que comiencen los juegos de la resiliencia!