“LA PANDEMIA GENERA PARANOIA SOCIAL”

Hay que pasar el aislamiento de la manera más mentalmente sana posible.

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Cultura
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Óscar de la Borbolla (1949) solo sale a la calle para ir al supermercado, a la farmacia o a su estudio. Cumple el confinamiento tan bien como se puede; y como todos, tiene momentos buenos, malos y peores. “Es una época muy complicada”, reconoce el autor de El arte de dudar, La rebeldía de pensar y La libertad de ser distinto.

Filósofo de formación, el escritor considera que su disciplina es útil para aportar perspectiva sobre los efectos sociales de la pandemia. No obstante considera también que difícilmente la especie experimentará una transformación profunda una vez que se controlen los efectos del COVID-19.

“Cuando pase el confinamiento nos encontraremos en un mundo con los circuitos de producción rotos. Reemprender la vida en sociedad a escala mundial será un lío”, advierte De la Borbolla.

Aun así, incita a no tirar la toalla y a sacar algo provechoso de este momento.

—¿Cómo entiende el momento que vivimos?

—El confinamiento nos impide ver a la familia extendida, amigos y compañeros de trabajo. Solo nos asomamos al mundo por medio de las redes sociales, la televisión, internet o el radio. Vemos al mundo por medio de pantallas y a lo mucho las breves idas al supermercado y las farmacias. Vivimos, además, ante una cantidad de información y desinformación brutal. Esto genera una paranoia social. Nuestra noción de mortalidad se acentuó y esto produce un ambiente muy peligroso. La gente reacciona con más pasión que razón. Sugiero que, habiendo cumplido con las recomendaciones sanitarias e informativas, hagamos de nuestro refugio un oasis, ya sea con una partida de dominó, una serie o una buena lectura. Hay que pasar el aislamiento de la manera más mentalmente sana posible.

—Se dice fácil, pero…

—No sé si las políticas públicas son correctas o no, pero necesitamos confiar en ellas. De lo contrario nos exponemos al bombardeo terrible de un montón de intereses particulares. El interés personal de cada quien es salvar su vida y la de la gente que quiere, pero esto a su vez nos enfrenta entre nosotros. Unos pueden respetar sin problema la cuarentena e incluso tendrán ahorros, pero otros no tienen ese privilegio y necesitan buscar el sustento diario. El deber del Estado es ponderar todos los elementos que hay en la mesa e intentar encontrar un equilibrio entre el imperativo de la salud y el económico. Entre morir de coronavirus y morir de hambre da prácticamente lo mismo: lo que se necesita es un equilibrio a fin de que el daño sea menor.

—El equilibrio entre salud y economía es uno de los dilemas que ha detonado la pandemia.

—La salud es prioritaria, pero el dinero también es importante. La pobreza genera desnutrición, delincuencia y muerte. Por no hacer un buen manejo del conflicto se puede producir un encontronazo brutal. Es una situación delicada y lo más sensato, creo, es tratar de respetar las sugerencias de las autoridades. Los particulares debemos aprender que por el bien de todos hay que pensar en los demás. No solo se trata de salvaguardar mis intereses sino de entender que los otros también necesitan y tienen derecho a vivir. La pandemia acentuó el conflicto entre las clases sociales.

Un camino largo

—¿Qué consecuencias traerá el aislamiento?

—En principio una crisis económica terrible. Hoy ningún país es autosuficiente. Todos necesitamos de todos y esto crea un equilibrio determinado. No se trata de juzgarlo ahora sino de entender que al cerrar fronteras se rompen esos lazos. Cuando pase el confinamiento nos encontraremos en un mundo con los circuitos de producción rotos. Reemprender la vida en sociedad a escala mundial será un lío. Me temo que será más largo que el periodo de enfermedad. Tal vez tengamos mayor claridad a partir de junio, pero mientras la producción y los ahorros disminuirán. El mismo gobierno habrá invertido mucho en la enfermedad. Cuando despertemos de la pesadilla la mayoría estaremos empobrecidos y a partir de ahí tendremos que hacer la reconstrucción. Empezaremos bastante mermados.

—Parece que a escala mundial los sistemas sanitarios nos importaban poco, ¿no?

—Cierto. De tener una infraestructura hospitalaria eficiente no estaríamos así. Lo de menos sería enfermarnos todos y que nos atendieran. El problema es que somos tantos millones en el mundo, que no hay sistema sanitario suficiente. Por lo demás, México no ha tenido nunca la capacidad de atender las enfermedades normales; entonces las probabilidades de que se vea rebasado por la pandemia son altísimas.

—¿Aprenderemos algo de este momento?

—Soy pesimista. La sacudida que nos da la muerte de un ser querido hace que nos replanteemos la vida. Cuando salimos del duelo intentamos llevar una vida mejor, pero luego vienen los días rutinarios. Nos instalamos en la costumbre y a la larga solo nos queda un mal recuerdo. No veo la forma de que esto nos haga mejores personas. En cuanto nos digan que superamos la crisis la gente volverá al egoísmo de siempre. Ojalá sacáramos el mejor partido y nos convirtiéramos en una sociedad más consciente, solidaria, crítica y respetuosa de la naturaleza pero creo que en cuanto pase el trauma volveremos a las andadas. No obstante no hay que tirar la toalla.

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