Javier Téllez. Arthur Bispo do Rosario. Atlas. Alias Editorial 261 pp.
Cada tanto hay libros que nos recuerdan la importancia del factor sorpresa. Cuando abrimos un título por mera curiosidad, sin saber qué esperar, y resulta que nos encontramos con una historia deslumbrante no podemos sentirnos más recompensados. Algo así es lo que experimentó este reseñista al leer Arthur Bispo do Rosario. Atlas, del curador e investigador afincado en Nueva York, Javier Téllez (Venezuela, 1969).
Debo reconocer mi ignorancia alrededor de Arthur Bispo do Rosario (Japaratuba, 1911–Río de Janeiro, 1989), uno de los artistas brasileños más apreciados del siglo XX.
Diagnosticado con esquizofrenia paranoide, produjo más de 800 obras internado en la Colônia Juliano Moreira, una institución siquiátrica a las afueras de Río de Janeiro —hoy convertida en el Museu Bispo do Rosário Arte Contemporânea—, donde vivió desde 1939 y se encomendó a su misión: organizar todos los materiales existentes en la Tierra para presentarlos el día del juicio final.
Una instrucción que recibió durante su reclusión en la celda No. 10 del pabellón Ulisses Viana.
Búsqueda universal
Como podrá advertir, el libro nos asoma no solo a un recorrido por su vida. Téllez se encarga de analizar los detalles que convierten al protagonista en un referente en Latinoamérica. “Podemos fácilmente imaginar el atlas de Bispo do Rosario como un gran barco, un arca de Noé que contendría en su interior todos los materiales existentes en la Tierra, acumulados allí para que puedan sobrevivir el día del juicio final. Pero el atlas de Bispo do Rosario es también una nave de los locos, que navega aguas desconocidas donde la razón y la sinrazón dejan de ser coordenadas tangibles”, escribe.
Pero sigamos con su historia. Bispo se enlistó en la Marina y se convirtió en boxeador, hasta que un accidente lo lesionó de por vida terminando su carrera como pugilista. Luego trabajó como asistente general en la mansión de su abogado, en Botafogo, donde tuvo la visión que marcó su destino: la noche del 22 de diciembre de 1938 se vio descendiendo del cielo junto a siete ángeles y se presentó en el Monasterio de São Bento como “el que vino a juzgar a vivos y muertos”.
A pesar de su triple marginación —como afrodescendiente, esquizofrénico e indigente—, Bispo afirmó su existencia a través de su obra. Transformó sábanas de hospital, uniformes, zapatos, maderas, alambres, cartones o cualquier cosa susceptible en materia prima de un cosmos minuciosamente diseñado donde intentó condensar todo lo que recordaba, leía o conocía.
Podríamos continuar, pero el espacio es finito. Como sea, si quiere conocer una historia fuera de serie dese una vuelta por este libro, que de menos lo invitará a viajar a través de una mente fascinante.
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