En San Luis Tlaxialtemalco el resplandor anaranjado inunda los mercados, mientras los productores luchan contra el clima y las plagas para mantener la tradición.
Por generaciones el resplandor anaranjado del cempasúchil ha iluminado los altares del Día de Muertos. En cada pétalo de esta flor —llamada por los mexicas cempōhualxōchitl, “flor de 20 pétalos”— habita la memoria colectiva de un país que celebra la vida a través de la muerte.
Su color encendido simboliza el sol que guía a las almas en su regreso al mundo de los vivos; y su aroma, según la tradición, es el camino que los difuntos siguen para reencontrarse con sus familias.
Cada otoño, cuando el aire se enfría y los mercados se tiñen de naranja, los pueblos rurales de la Ciudad de México reviven una tradición que une lo agrícola, lo espiritual y lo comunitario.
En San Luis Tlaxialtemalco, al sur de Xochimilco, las chinampas —ese sistema agrícola prehispánico de islas flotantes— se transforman en un mar de flores. Entre canales y humedales, decenas de familias mantienen viva la producción del cempasúchil, enfrentando al mismo tiempo los desafíos del clima, las plagas y la competencia comercial.
“La producción empieza en junio y en agosto se trasplanta la maceta. Ya para octubre la flor está lista”, explica Miguel Ángel Alférez Delgado, productor con más de 25 años de experiencia en la zona chinampera de San Luis Tlaxialtemalco, Área Natural Protegida de Xochimilco.
Este año sembró 24 mil plantas de cempasúchil y seis mil de clemolito, una variedad de colores rojo, amarillo y naranja.
“Por tradición, el anaranjado es el que más se busca. Es el que va al altar, el que representa a nuestros muertos”, dice durante un recorrido por el lugar.
Clima extremo
Pero la temporada no ha sido fácil. Las lluvias irregulares y el exceso de humedad propician en la planta la aparición de mancha foliar por hongos de los géneros Alternaria y Bipolaris.
“Nos benefició un poco la lluvia al principio, pero el constante nublado y la humedad generaron hongo y bacteria. Tuvimos que aplicar fungicidas para que floreara bien. Son costos extra que no esperábamos”, relata.
El cempasúchil es una planta exigente: requiere abundante agua, buen drenaje y mucho sol. En los últimos años, el cambio climático ha alterado su ciclo natural. “Nos organizamos para pedir al gobierno que mantenga el flujo de agua en los canales. Si se seca el canal, perdemos la siembra. Pero cuando llueve demasiado, también sufrimos inundaciones”, dice el productor.
Las chinampas dependen de un delicado equilibrio hídrico que hoy se ve amenazado por la sobreexplotación de los acuíferos, el hundimiento del suelo y la contaminación del agua.
A unos metros de los cultivos, en el Mercado de Plantas San Juan Acuexcomatl, Lucía Ortiz acomoda las macetas con esmero. “Esta temporada es muy bonita, se la dedicamos a nuestros seres queridos. Vendemos directamente del productor, sin intermediarios”, explica.
En su puesto el cempasúchil de bola —de pétalos redondos y densos— es la estrella junto al clemolito, de tonos variados. “El que más se vende es el anaranjado. Las macetas pequeñas cuestan desde diez pesos y las grandes hasta 30. Aquí la gente puede comprar directo, sin revendedores”, señala.
Desde las seis de la mañana hasta las nueve de la noche Lucía y su familia atienden su puesto todos los días, hasta que llega el 2 de noviembre y las flores se agotan.
“El cansancio se olvida cuando ves que la gente se lleva las plantas para sus altares. Es un orgullo saber que lo que sembramos con tanto esfuerzo formará parte de un altar en honor a los que ya se fueron”, indica con una sonrisa.
Retos
El valor cultural del cempasúchil no se limita al Día de Muertos: para los pueblos originarios del Valle de México esta flor tiene propiedades medicinales y rituales; en la época prehispánica se usaba en ofrendas, entierros y ceremonias dedicadas al Sol; con la llegada del catolicismo su uso se adaptó al culto de los difuntos, convirtiéndose en un símbolo del sincretismo entre las creencias indígenas y cristianas.
Hoy su presencia en las ofrendas mexicanas trasciende fronteras y es reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad dentro de la festividad del Día de Muertos, desde que así lo declaró la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en 2008.
México es uno de los principales productores de cempasúchil en el mundo. Datos de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) señalan que en 2024 el país produjo alrededor de 20 mil toneladas de cempasúchil, que equivalen a 510 mil manojos.
Las principales entidades productoras son Michoacán, Estado de México, Veracruz, Puebla, Ciudad de México, Durango, Guerrero, Morelos, San Luis Potosí, Sonora y Tlaxcala.
Según el Consejo Mexicano de la Flor la derrama económica que genera su producción y venta asciende a más de 350 millones de pesos cada temporada.
En la parte local, los productores de Xochimilco dependen en gran medida de quienes llegan a comprar desde distintos estados. “El principal cliente para nosotros como productores son los mayoristas. Unos vienen de Mérida, otros de Acapulco, otros de Puebla”, comenta Alférez.
Los precios, dice, varían según la calidad y el tamaño de la planta, que puede venderse entre 15 y 25 pesos al mayoreo. La competencia con flores de otras regiones y con producciones más industrializadas suele reducir los márgenes de ganancia, aunque el trabajo en comunidad y la fidelidad de los clientes locales les permiten sostenerse año con año.
El cultivo del cempasúchil es también un termómetro ambiental: su éxito depende del equilibrio ecológico del humedal. Por ello, los productores han buscado apoyos institucionales. “Aquí en San Luis nos ayuda la Corenadr (Comisión de Recursos Naturales y Desarrollo Rural) con programas como Altépetl Bienestar y Sembrando Vida. Nos dan semillas, plantas y asesoría. Pero hace falta más infraestructura, más control del agua”, señala Alférez.
A pesar de todo, las chinampas de Xochimilco siguen siendo un refugio de biodiversidad y saberes tradicionales. En ellas se cultivan no solo flores ornamentales, sino también hierbas medicinales y hortalizas como epazote, cilantro o romero.
“Nos enseñaron los abuelos, y ahora los nietos siguen aprendiendo. Somos de tercera y cuarta generación”, afirma el productor. Las familias mantienen una red de colaboración que les permite compartir recursos, semillas y conocimiento ancestral.
Más allá de su valor económico, el cempasúchil simboliza la resistencia cultural de los pueblos originarios de la capital. En sus flores se entrelazan el trabajo campesino, la identidad y la espiritualidad. Cada maceta vendida en los mercados es resultado de meses de esfuerzo y de una historia que se repite año tras año, como el ciclo mismo de la vida y la muerte.
“El orgullo más grande es que ustedes se lleven nuestra planta a sus altares”, dice, mientras el atardecer tiñe de naranja los canales.
Entre el murmullo del agua y el perfume de las flores el cempasúchil sigue floreciendo en las chinampas, recordando que mientras haya quien lo siembre la tradición y la memoria seguirán vivas.

