Elementos modestos de arqueología industrial, como fragmentos de tabique refractario, y monogramas sellados en los fondos de vasos y botellas dieron pie a una investigación de dimensiones detectivescas para sacar a la luz la historia de la hasta ahora desconocida Fábrica Nacional de Vidrio que ocupó los terrenos sobre los que se encuentra la Segunda Sección del Bosque de Chapultepec.
Gracias a los trabajos de salvamento realizados por investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) sabemos que la empresa operó entre 1936 y 1968.
Posteriormente el entonces Departamento del Distrito Federal cedió los predios para la construcción del parque y del Papalote Museo del Niño.
Los testimonios de la época inscriben a la Fábrica Nacional de Vidrio dentro del proceso de modernización que experimentó el país durante los treinta como parte de la política que promovió el presidente Lázaro Cárdenas del Río.
Se encontraron las primeras evidencias físicas durante las reformas del parque de diversiones conocido como La Feria, el cual se cerró en octubre de 2019 luego del accidente ocurrido el 28 de septiembre del mismo año y que costó la vida a dos personas.
No hay evidencia pequeña
Producto de la investigación de la arqueóloga Liliana Márquez Escoto, quien formó parte del equipo coordinado por María de Lourdes López Camacho, responsable del Proyecto Arqueológico Cerro, Bosque y Castillo de Chapultepec, se obtuvo más información del negocio.
“Para la arqueología no hay testimonio menor: unos simples pedazos de vidrio pueden ayudar a reconstruir la historia”, explica Márquez Escoto.
Las primeras pistas fueron unos modestos restos que se encontraron debajo de la Montaña Rusa, juego mecánico estelar de la feria. Una vez detectados los fragmentos de tabique refractario y monogramas sellados en los fondos de vasos y botellas, los especialistas se pusieron el overol detectivesco y comenzaron a rastrear la historia de la fábrica.
El equipo Salvamento Arqueológico La Feria de Chapultepec previó nueve unidades de excavación y fue en la séptima, la cual abarcó un polígono de 510 metros próximo al sitio que ocupó un delfinario, donde también se encontraron materiales que evidenciaron la producción de vidrio a gran escala en 1964.
A medio metro de ahí se hallaron restos de vidrio, escoria y pequeños fragmentos de material poroso compactado y sellados con nombres de marcas de venta y vidrio derretido en la capa exterior.
Los monogramas VM y FANAL en el fondo de las piezas fueron los primeros rastros que siguió Liliana Márquez. A partir de ahí emprendió una investigación de campo que la llevó a entrevistar a los vecinos.
Apenas unos viejos locatarios del Mercado de Constituyentes recordaban la chimenea de color naranja que distinguía a la construcción y se localizaba en la esquina de avenida Madereros (hoy Constituyentes) y Periférico, donde actualmente se encuentra el Papalote Museo del Niño.
Tomada la punta de la madeja el resto de la historia comenzó a descorrerse en archivos públicos y privados, como el del grupo Ingenieros Civiles Asociados (ICA) y el Despacho Legorreta Arquitectos, el Archivo General de la Nación (AGN) e Histórico de Notarías, además de acervos hemerográficos. Todo sumó para dar cuenta del establecimiento de la Fábrica Nacional de Vidrio en 1936 en terrenos del otrora Rancho del Castillo y Lomas de Santa Ana, el cual fue parte de la Hacienda Molino del Rey en el siglo XIX.
La investigación reseña el acta constitutiva que acredita que la Fábrica Nacional de Vidrio se estableció como sociedad anónima el 27 de mayo de 1935 con un capital inicial de 60 mil pesos, acciones repartidas entre cinco socios: dos industriales de origen español, Rutilo Malacara y Carlos C. Cubillas, y el resto mexicanos, Francisco Fuentes Berain, Virgilio M. Galindo y Antonio Berenguer Campos.
El registro de la marca FANAL se realizó hasta 1975, dejando asentado que la sociedad anónima tenía ya cuatro décadas.
María de Lourdes López recuerda que la política cardenista destinó terrenos del aún despoblado poniente de Ciudad de México, incluyendo secciones del Bosque de Chapultepec, como asiento de las industrias nacionales de vidrio, de asbestos y otras vinculadas al ejercicio militar, como la Fábrica Nacional de Cartuchos. “Estas áreas industriales se desarrollaron alrededor de Los Pinos, ya erigido como residencia presidencial, con un financiamiento mayoritario de parte del gobierno mexicano y un porcentaje menor de capital extranjero, con la idea de que proveyeran las necesidades del país”.
La producción de la Fábrica Nacional de Vidrio iba en buena medida para el suministro de los desayunos escolares y para el propio Ejército, mientras que la industria de asbestos contribuía a la pavimentación de caminos, etcétera.
Agrega la especialista que durante el sexenio cardenista se implementaron muchos requerimientos. “Durante la Segunda Guerra Mundial se limitó el acceso a ciertos productos. El gobierno buscó la manera de impulsar industrias en el país que generaran una producción suficiente para vender y, a su vez, dotar a instancias públicas, escuelas, hospitales y al cuerpo castrense, el cual se hacía cargo de puertos y carreteras”.
Con el tiempo, refiere Liliana Márquez, la fábrica crecería al punto de convertirse en proveedora de empresas como la Casa Pedro Domecq y Cervecería Modelo. En 1953 sus obreros intentaron de manera infructuosa realizar una huelga. Uno de sus momentos más altos se dio en 1955 cuando alcanzó un capital de 15 millones de pesos. Durante los sesenta nada volvió a ser igual. Entre 1967 y 1969 fue víctima de incendios que terminaron por arruinar sus áreas de hornos y bodegas.
Una fotografía aérea oblicua de la Fábrica Nacional de Vidrio es el único registro con que se contó para hacer una hipótesis de la posible distribución de actividades en su interior. Con base en la descripción del edificio, este contó con una fachada sobre la acera de lo que hoy es avenida Constituyentes.
La sección oeste de la fachada tenía tres puertas menores que conducían a una galera de techo perpendicular al eje de los muros y que pudo funcionar como almacén de productos terminados. Esta galera concluía donde comenzaba una nave central con techo a dos aguas con ducto central donde posiblemente se hacía el embalaje de material. Metros más adelante continuaba otra galera de techo plano y planta cuadrada.
“La temporalidad juega un factor importante, ya que sabemos que durante los primeros años del siglo XX la maquinaria utilizada pudo haber contado con motores de vapor, eléctricos o de gas, así como hornos que se alimentaban por carbón; estos últimos presentaron un cambio al fuel oil una década más tarde, cuando también la maquinaria semiautomática se sumaba a los procesos de producción”, indica Liliana Márquez, quien además concluye que un arqueólogo no puede desestimar pista alguna para obtener información sobre un proceso social importante en la historia del país.