Munal: Obras clave para entender el arte en México

Piezas de Baltasar de Echave Orio, Miguel Cabrera, Leandro Izaguirre, José María Velasco, “Dr. Atl” y María Izquierdo

Obras en el Munal
Foto: Cortesía
Cultura
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Ciudad de México, México, 16 de octubre. Con una de las colecciones más amplias del país, que abarca casi cinco siglos de arte mexicano, el Museo Nacional de Arte (MUNAL), recinto del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), presenta seis joyas de su acervo que permiten entender la evolución del arte en México.

“El MUNAL tiene un acervo de casi nueve mil piezas, y hacer una selección podría parecer caprichoso, porque cada obra tiene relevancia cultural, estilística, histórica, política y social. Sin embargo, esta selección ayuda a identificar algunos hitos importantes de nuestra cultura y arte”, explicó el curador e investigador Josué Martínez.

Detalló que la colección del museo abarca tres grandes periodos históricos: la Nueva España, la Independencia de México (siglo XIX) y el México moderno (finales del siglo XIX y mediados del XX).

Entre las piezas novohispanas destaca El martirio de san Ponciano (1605), de Baltasar de Echave Orio, perteneciente a una de las familias de artistas más importantes. “Esta obra pertenece a un martirologio significativo del arte virreinal, pues los martirios contribuyeron a la construcción del pensamiento religioso en la Nueva España. Es un óleo sobre tela de gran formato, de estilo manierista novohispano, característico del siglo XVII”, detalló Martínez.

Del siglo XVIII se exhibe La Virgen del Apocalipsis (1760), de Miguel Cabrera, quien se consagró como uno de los pintores e intelectuales más destacados de su época. “La imagen representa un suceso del Antiguo Testamento y puede interpretarse como la personificación de la Iglesia. La Virgen es una Inmaculada Concepción que vence al mal, con un grado de movimiento notable. El uso de la luz y el color evidencia el excelente oficio del maestro”, detalló el curador.

Del México independiente, el museo cuenta con dos piezas que representaron al país en exposiciones universales durante las postrimerías del siglo XIX: Suplicio de Cuauhtémoc (1893), de Leandro Izaguirre, y Cañada de Metlac (1897), de José María Velasco.

“La primera pertenece al género mayor de la pintura académica: la histórica. Habla sobre los inicios de la construcción de la identidad nacional a partir del personaje de Cuauhtémoc, quien se convierte en un mártir histórico, a través del cual se expresa la pérdida que implicó la rendición de Tenochtitlan en 1521. La obra refleja una reinvención de la historia, en un momento donde la mirada se vuelca hacia el pasado precolombino como origen del México independiente”, explicó Martínez.

La obra de Velasco contribuyó a integrar la imagen del territorio mexicano como parte de la identidad nacional y del progreso tecnológico durante el Porfiriato (Velasco murió en 1912). “El tren simboliza la idea de progreso, vinculado con un paisaje que pudo exportarse internacionalmente. Además, están las enseñanzas del gran paisajista: la pincelada depurada, una perspectiva definida, así como el estudio de una botánica concreta, endémica, la cual conocía bien el autor”.

De inicios del siglo XX, el MUNAL posee piezas de una serie única en el mundo realizada por Gerardo Murillo “Dr. Atl”: Erupción del Paricutín (1943), cuyos elementos la convierten en una imagen singular dentro del contexto de las vanguardias latinoamericanas e internacionales. “El uso de colores saturados y brillantes expresa la energía de la lava y la fuerza de la tierra. El tratamiento de las pinceladas genera dinamismo y perspectiva, destacando la importancia de la obra”, comentó Martínez. Realizada con atl-color, esta pintura forma parte de una colección privilegiada que documenta el nacimiento del volcán michoacano y que el también vulcanólogo donó al entonces Museo Nacional de Artes Plásticas en 1950, integrada por 130 dibujos y 11 pinturas.

Otra joya del recinto es Mis sobrinas, de María Izquierdo, reconocida en el circuito galerístico estadounidense desde la década de los años veinte, antes que Frida Kahlo. En este óleo, la artista se autorretrata junto con sus sobrinas desde una perspectiva naíf, con un estilo vanguardista y pincelada suelta, haciendo alusión a los retratos fotográficos del siglo XIX. “La manera en que los tres personajes femeninos miran al espectador habla de una pintora que se está definiendo como una de las agentes importantes en la construcción del arte moderno en México”.

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