La voz más sombría y estruendosa del heavy metal se ha apagado: Ozzy Osbourne, legendario vocalista de Black Sabbath, falleció el pasado 22 de julio a los 76 años, apenas unas semanas después de haberse despedido de los escenarios en un emotivo concierto en su natal Birmingham, Reino Unido.
La familia confirmó la noticia a través de un comunicado: “Con más tristeza de la que pueden expresar las palabras, debemos informar que nuestro querido Ozzy Osbourne falleció esta mañana. Estaba con su familia y rodeado de amor”.
Esta noticia sacudió al mundo de la música. Osbourne, quien fue diagnosticado con Parkinson en 2020, había enfrentado diversas complicaciones de salud en los últimos años.
Su legado, sin embargo, es inmortal: fue la voz fundacional de un género, un icono cultural controversial y un sobreviviente improbable de una vida marcada por excesos, tragedias y reinvención.
Para entender la magnitud del trabajo de Osbourne basta con recordar que el debut homónimo de Black Sabbath en 1969 es considerado por muchos críticos y fanáticos como el verdadero Big Bang del heavy metal.
En plena Guerra de Vietnam y con el movimiento hippie aún palpitante, aquel álbum trajo una nueva oscuridad a la música rock: riffs pesados, atmósferas lúgubres y letras cargadas de fatalismo.
El segundo álbum, Paranoid (1970), consolidó el estatus de la banda con temas como Iron Man, War Pigs, Fairies Wear Boots y la homónima Paranoid, que si bien no fue un éxito comercial inmediato se convirtió en un himno imperecedero del género.
Dave Navarro, de Jane’s Addiction, escribió en Rolling Stone: “Black Sabbath son los Beatles del metal. Todo se reduce a Sabbath”.
Durante la primera mitad de los setenta Black Sabbath lanzó discos fundamentales como Master of Reality, Vol. 4 y Sabbath Bloody Sabbath, cimentando una estética musical y visual que definiría generaciones enteras de bandas posteriores, desde Metallica hasta Pantera.
A pesar del éxito, los excesos personales comenzaron a cobrar factura. En 1979 Black Sabbath tomó la difícil decisión de despedir a Osbourne debido a su comportamiento errático y su dependencia de las drogas y el alcohol. “Estaba completamente fuera de control”, recordaría el bajista Geezer Butler en sus memorias, Into the Void.
Sin embargo, lejos de significar el fin de su carrera, la separación fue el inicio de una nueva etapa. Al año siguiente Osbourne lanzó su primer álbum en solitario, Blizzard of Ozz, acompañado por el virtuoso guitarrista Randy Rhoads. El disco contenía Crazy Train, uno de los temas más emblemáticos del hard rock. Su siguiente álbum, Diary of a Madman, consolidó su estatus como solista.
Legado insuperable
John Michael Osbourne nació en la ciudad obrera de Birmingham en 1949. Desde joven se sintió atraído por la música de Chuck Berry, The Beatles y Little Richard. Fue apodado Ozzy en la escuela, un nombre que lo acompañaría el resto de su vida. Conoció a sus futuros compañeros de Black Sabbath en su adolescencia y juntos crearon una de las bandas más influyentes del siglo XX.
Su vida personal fue turbulenta, pero también llena de momentos entrañables. Se casó con Thelma Riley en 1971 y más tarde con Sharon, quien se convirtió en su mánager, compañera inseparable y madre de sus tres hijos. Juntos enfrentaron adicciones, separaciones y reconciliaciones. En los últimos años compartió tiempo con su familia en programas de viajes y entrevistas en las que mostró su humor ácido y una inesperada calidez.
Fue honrado con una rana amazónica que lleva su nombre, conoció a la Reina Isabel II y protagonizó momentos surrealistas que mezclaban lo macabro con lo entrañable. Pese a todos los escándalos, Osbourne se mantuvo fiel a sí mismo, a su arte y a su público.
A lo largo de las décadas se reinventó una y otra vez. Desde el inolvidable No More Tears hasta sus colaboraciones recientes con artistas como Post Malone, Elton John y Jeff Beck, Osbourne logró mantenerse vigente durante más de medio siglo. Fue incluido en el Salón de la Fama del Rock and Roll dos veces: con Black Sabbath en 2006 y como solista en 2024.
Osbourne también se convirtió en un icono de la cultura pop por razones más allá de la música. En los ochenta fue blanco constante de controversias: mordió la cabeza de un murciélago en un concierto (pensando que era de goma), orinó en el Álamo, inhaló una línea de hormigas y fue acusado de incitar al suicidio en jóvenes por su canción Suicide Solution.
En 1996, luego de ser rechazado de Lollapalooza, lanzó su propio festival: el Ozzfest. Este se convertiría en una plataforma crucial para bandas como Slipknot, System of a Down, Limp Bizkit y muchas otras. Fue la cuna de una nueva generación del metal y consolidó a Osbourne como mentor de la escena.
Pero fue su faceta familiar la que sorprendió al mundo. El reality show The Osbournes, emitido por MTV entre 2002 y 2005, mostró una cara completamente distinta del “Príncipe de las Tinieblas”: un padre distraído pero tierno, un esposo que luchaba por mantenerse sobrio, y un hombre vulnerable. Fue uno de los programas más populares de su época y redefinió lo que significaba ser una estrella de rock.
La imagen de Ozzy Osbourne fue tan consistente como impactante: cabello largo, gafas redondas, delineador negro y cruces colgando del cuello. Era un arquetipo viviente del rock pesado. En el escenario, gritaba y escupía; al terminar sus conciertos, despedía a su público con un inesperado “¡Dios los bendiga!”
En julio de este año se presentó por última vez ante 42 mil personas en Birmingham. Fue una noche histórica, no solo por ser su despedida, sino porque reunió a algunas de las bandas más influyentes del metal: Metallica, Pantera, Slayer, Tool y Alice in Chains, entre muchas otras. Celebridades como Tom Morello, Billy Corgan, Jonathan Davis y el actor Jason Momoa participaron en el homenaje.
Con su partida el rock pierde a una de sus figuras más representativas. Osbourne no solo creó un género: lo vivió con cada célula de su cuerpo. Cantó sobre la locura, la muerte, la desesperanza y la redención, temas que resonaron en generaciones de marginados, soñadores y rebeldes.
Ozzy Osbourne deja un legado monumental: 50 años de música, cinco premios Grammy, docenas de álbumes icónicos y una influencia que trasciende cualquier frontera musical.