En el Pacífico la temporada comenzó en mayo y en el Atlántico en junio: se prevén hasta 37 eventos, de los que 18 podrían ser huracanes.
La temporada de huracanes 2025 es calificada como “muy activa” por la Secretaría de Marina (Semar) y el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), ya que se esperan hasta 37 ciclones tropicales con nombre, de los que al menos 18 podrían convertirse en huracanes.
Mientras que en el Pacífico la temporada comenzó oficialmente el 15 de mayo, en el Atlántico arrancó en junio con la tormenta tropical Andrea, formada a más de cuatro mil kilómetros de la costa de Quintana Roo.
En ambas regiones esta temporada concluirá el 30 de noviembre, de acuerdo con la Comisión Nacional del Agua (Conagua) y el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos (NHC).
La diferencia en las fechas de arranque responde a factores naturales que afectan el desarrollo de los ciclones tropicales y las tormentas en cada región.
Fabián Vázquez Romaña, coordinador del SMN, explica que las altas temperaturas del mar, superiores a los 30° C, “alimentan los ciclones con una eficiencia sin precedentes”, lo que contribuye a su rápida intensificación.
Más intensos
Estas anomalías térmicas no son un fenómeno reciente. En los últimos años la temperatura del agua frente a las costas del Pacífico mexicano registró incrementos persistentes, lo que permite que tormentas como Erick y Otis (2023) pasen de ser depresiones tropicales a huracanes en cuestión de horas.
Los huracanes y las trombas que golpean a costas y ciudades de México son ejemplos claros de que la emergencia climática no es una predicción futura, sino una realidad inmediata. Las alteraciones en los océanos y en los patrones atmosféricos que provoca el cambio climático transforman el paisaje meteorológico del país.
Por ejemplo, la tormenta tropical Erick pasó de ser una depresión a un huracán categoría 3 en un tiempo récord, alcanzando vientos superiores a los 155 km/h y avanzando rápidamente frente a las costas de Oaxaca y Guerrero.
La Coordinación Nacional de Protección Civil habilitó más de dos mil refugios temporales en los estados afectados y activó alertas tempranas por el avance de huracán.
Sin embargo, el impacto no se limitó a la costa, pues cientos de kilómetros tierra adentro, la Ciudad de México enfrentó un fenómeno igualmente destructivo: una tromba que descargó más de diez millones de metros cúbicos de agua sobre la capital y el Estado de México, desbordando calles, provocando el colapso del sistema de drenaje y dejando más de 600 viviendas afectadas.
En otras partes del país, como Jalisco, las lluvias intensas también causaron estragos. El municipio de Zapopan, en el sur del estado, fue uno de los más afectados con al menos 145 hogares dañados y 25 puntos de inundación. En Guadalajara el paso de las aguas dejó socavones, vehículos atrapados y hundimientos en las calles.
Además, la reciente ruptura de la presa Los Cuartos en Naucalpan causó una mezcla tóxica de espuma blanca compuesta por detergentes, residuos industriales y metales pesados como plomo, mercurio y zinc, que cubrió las calles de ese municipio mexiquense.
Las autoridades sanitarias alertaron a la población sobre los peligros de este compuesto, que generó ardor en la piel y los ojos de quienes estuvieron en contacto con él.
Monzón mexicano
A la temporada de huracanes se suma otro fenómeno climático importante: el monzón mexicano. Este fenómeno, que ocurre principalmente en el noroeste del país, se caracteriza por un cambio brusco en la dirección de los vientos y provoca lluvias intensas durante su duración, entre finales de junio y septiembre.
En 2025 el monzón comenzó el 19 de junio y se prevé que continúe hasta mediados de septiembre, trayendo consigo lluvias que son fundamentales para mitigar la sequía en estados como Sonora, Chihuahua, Durango y Sinaloa.
Aunque estas lluvias son cruciales para aliviar la escasez de agua en el norte del país, también presentan retos. Los expertos señalan que en años anteriores las lluvias del monzón representaron hasta 80% de las precipitaciones anuales en esta región, pero las intensas lluvias que deja también aumentan el riesgo de inundaciones y deslaves, lo que pone en jaque las infraestructuras y los recursos locales.
La destrucción de viviendas, los desplazamientos forzados y las afectaciones a la salud son solo algunos de los efectos que enfrentan las comunidades vulnerables ante fenómenos climáticos cada vez más frecuentes y más intensos.
La exposición a materiales tóxicos, como los que se encontraron en la espuma de las inundaciones de Naucalpan, también pone en riesgo la salud pública, especialmente de personas que carecen de acceso a servicios médicos adecuados.
Agravantes
Un estudio reciente titulado Changes in Intense Precipitation Events in Mexico City, publicado en la revista Journal of Hydrometeorology por investigadores del Centro de Ciencias de la Atmósfera de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), revela cómo el crecimiento urbano y la pérdida de vegetación intensifican las lluvias en la capital mexicana.
Según esta investigación el fenómeno de la isla de calor urbana, caracterizado por temperaturas más altas en las zonas urbanizadas en comparación con las rurales, altera los patrones atmosféricos locales.
Este cambio genera microclimas que favorecen tormentas más fuertes, principalmente en las áreas periféricas.
Se trata de un fenómeno que combinado con el sistema de drenaje de la ciudad, diseñado hace más de 30 años, genera una serie de problemas para manejar las lluvias más intensas.
La Conagua ha retirado miles de toneladas de basura de los canales en lo que va del año, pero la acumulación de desechos sigue representando un riesgo.
Según la Secretaría de Gestión Integral del Agua los principales factores que obstruyen el drenaje incluyen residuos sólidos como envases, colillas de cigarro y electrodomésticos, aguas residuales, aguas pluviales contaminadas y desechos industriales.
Sin embargo, el PET es uno de los mayores culpables de los taponamientos, ya que se detecta en coladeras, tuberías y plantas de tratamiento.
Luis Alvarado, CEO de BioBox, explica que muchos de estos residuos —que podrían reciclarse y reincorporarse a la economía— se convierten en bloqueos que afectan la infraestructura hidráulica, provocando inundaciones y caos vial.
En ocasiones la situación es tan grave, que se han encontrado objetos grandes, como partes de automóviles, en el drenaje profundo.
Según César Cámara, buzo profesional de aguas negras en la CDMX, en una ocasión fue necesario utilizar dinamita para despejar un taponamiento que consistía en un metro de botellas plásticas. Este tipo de incidentes no solo refleja una deficiencia técnica sino también falta de conciencia cultural y opciones accesibles para la disposición adecuada de los residuos.
En la costa la situación no es mejor. El deterioro de los ecosistemas costeros en México también agrava la vulnerabilidad ante fenómenos climáticos extremos. En estados como Oaxaca, Nayarit y Chiapas, la pérdida de manglares, que antes servían como barreras naturales contra el viento y las olas, acelera la erosión costera.
También el desarrollo turístico, la minería y la expansión agrícola son responsables de esta destrucción, lo que deja a las comunidades costeras aún más expuestas a huracanes y tormentas tropicales.
Un ejemplo claro de esto ocurrió en Guerrero en junio de 2025, cuando la tormenta tropical Dalila tocó tierra. Aunque no alcanzó la categoría de huracán, su paso causó cortes eléctricos, la caída de árboles e inundaciones leves. Las zonas más afectadas fueron aquellas donde ya no existen ecosistemas que frenen el impacto de las tormentas. Este evento subraya la necesidad de restaurar los manglares y otros ecosistemas costeros que pueden actuar como amortiguadores naturales ante fenómenos meteorológicos.
Olas de calor marinas
Un fenómeno menos visible, pero igualmente devastador, son las olas de calor marinas. Estos eventos se intensificaron en la última década con al menos seis episodios graves registrados en el Pacífico mexicano.
Según un estudio publicado en Communications Earth and Environment y difundido por la revista y plataforma científica EOS, las olas de calor elevan en 50% la probabilidad de que un huracán se intensifique rápidamente.
Este fenómeno implica un aumento abrupto en la fuerza de los ciclones en menos de 24 horas, lo que complica las predicciones y las acciones preventivas.
La investigación, liderada por Soheil Radfar, de la Universidad de Alabama, analizó datos de huracanes entre 1950 y 2022 en el Golfo de México y el Caribe. El estudio concluyó que 70% de los casos de intensificación rápida ocurrieron durante olas de calor marinas, lo que destaca el papel crítico que juega el océano en la evolución de estos fenómenos meteorológicos.
Al igual que otros efectos del cambio climático, las olas de calor marinas también afectan la producción pesquera, esencial para muchas comunidades en la costa. La disminución en las capturas pesqueras genera un efecto dominó que afecta la seguridad alimentaria y los ingresos de miles de familias en áreas vulnerables.
Por ejemplo, en Baja California las capturas pesqueras de especies clave disminuyeron hasta 58% entre 2014 y 2016, afectando gravemente a las comunidades pesqueras que dependen de esos recursos.
De acuerdo con los especialistas el futuro de las ciudades del país y las costas del Pacífico depende en gran medida de la acción inmediata para abordar los problemas derivados del cambio climático.
Esto incluye la restauración de ecosistemas costeros, la mejora de la infraestructura urbana y el fortalecimiento de los sistemas de alerta temprana.
Además, es crucial que se implementen políticas públicas que promuevan la conciencia y la educación sobre el manejo adecuado de residuos, así como la adaptación de las comunidades costeras a los nuevos desafíos climáticos.
¿Y ahora qué?
En este contexto, la comunidad científica redobla esfuerzos para contribuir a mitigar el impacto de estos fenómenos naturales.
Desde la UNAM investigadores del Instituto de Ciencias de la Atmósfera y Cambio Climático (ICAyCC) proponen soluciones que van desde modelos de predicción más avanzados hasta sensores atmosféricos en tiempo real y sistemas de alerta masiva.
Uno de los aspectos clave en esta lucha es la mejora de los modelos meteorológicos. Alejandro Jaramillo Moreno, investigador del ICAyCC, subraya la necesidad de ajustar las predicciones sobre trayectorias e intensidades de los ciclones.
“Otis fue una de las intensificaciones más rápidas en el Pacífico oriental, solo detrás de Patricia en 2015. Este tipo de eventos demuestra que necesitamos incorporar nuevos factores en los modelos para dar a la población más tiempo de reacción”, señala Jaramillo, quien también apunta que los estudios sobre huracanes son esenciales no solo para entender su comportamiento, sino también para optimizar los tiempos de alerta.
Los cambios en el clima aceleran fenómenos como las olas de calor marinas, que se han vuelto cinco veces más frecuentes e intensas en las últimas cuatro décadas, según un estudio publicado en la revista Nature.
En este sentido, Jorge Zavala Hidalgo, director del ICAyCC, destaca la importancia de una cooperación estrecha entre el sector académico y las autoridades gubernamentales. Para ello propone fortalecer el Sistema Interinstitucional de Monitoreo y Alerta Temprana de Eventos Extremos, una iniciativa que involucra a diversas dependencias, entre ellas el SMN, la Semar y la Secretaría de Defensa Nacional (Defensa), además de organismos como Petróleos Mexicanos (Pemex).
Otra propuesta incluye aumentar el número de boyas costeras y metoceánicas (oceanográficas) para monitorear en tiempo real las condiciones del océano, como el viento, el oleaje y las corrientes marinas.
Además, se desarrollan planeadores submarinos que pueden cubrir grandes distancias durante semanas o meses, proporcionando datos valiosos para el pronóstico de huracanes y otros fenómenos extremos.
En este marco, la incorporación de tecnologías más avanzadas también es fundamental. Aeronaves especializadas, como los aviones cazahuracanes, son capaces de atravesar los fenómenos meteorológicos más violentos para obtener información clave sobre su comportamiento y evolución.
Benjamín Martínez López, investigador del ICAyCC, explica que la temperatura superficial del mar juega un papel crucial en la formación e intensificación de los ciclones. Por ello, el monitoreo de esta variable es esencial para mejorar las predicciones.
En cuanto a la situación para la temporada 2025 el investigador Víctor Manuel Torres Puente prevé una alta probabilidad de que se presenten ciclones más intensos que lo habitual, sobre todo en el Atlántico, donde “se espera que entre seis y diez huracanes se desarrollen, con tres a cinco de ellos alcanzando escalas mayores”.
Datos históricos del ICAyCC revelan que entre 1970 y 2024 México fue afectado por 822 ciclones tropicales, de los que 166 tocaron tierra.
Los estados más golpeados fueron Baja California Sur, Sinaloa, Guerrero, Oaxaca, Jalisco y Michoacán, lo que subraya la urgencia de aumentar la preparación en las zonas más vulnerables.
Ante este panorama los expertos coinciden en que México debe redoblar sus esfuerzos para adaptarse al cambio climático, no solo con inversiones y tecnología, sino también con voluntad política para implementar políticas públicas que fortalezcan la capacidad de respuesta ante posibles eventos meteorológicos de esta naturaleza.