Mitad de la semana y no se me ocurría nada que hacer con mi novia para celebrar nuestro aniversario. Entré al Internet en busca de una función de teatro, un concierto o haber que diablos encontraba. Eventualmente llegué a la página de la cartelera de Bellas Artes y ahí mi solución.
Miércoles y Domingo, el Palacio de Bellas Artes se vuelve un portal de luces, colores, música y danza con el Ballet Folklórico de Amalia Hernández. Decenas de bailarines coordinados a la perfección te hacen viajar por México con un repertorio que va desde las percusiones prehispánicas hasta el son jarocho y el tradicional Mariachi.
Toda la música en vivo y con escenografía espectacular, este legendario ballet que se monta desde el lejano año de 1952 es un remolino de sensaciones que mantiene capturado de principio a fin al público entero. Cruzando las fronteras del tiempo y el espacio, los espectadores viven en carne propia historias antiguas de hombres que usan el arco y la flecha para cazar un venado; elegantes bailes con frac y vestido de gala e incluso la férrea voluntad de las Adelitas revolucionarias que disparan y zapatean con gran ritmo y valentía.
Uno tras otro los cambios de vestuario y es como si te vieras sumergido en un colorido zarape que te hacer recordar el orgullo de ser Mexicano. Una alucinación nacionalista en el recinto más elegante que ofrece nuestra cosmopolita capital y los danzantes suben y bajan, giran y vuelan, e impresionan hasta al más exigente público extranjero; nuestro Bolshói mejorado con chile y en tortilla recién hecha.
Normalmente un foro de conciertos, operas y danzas solemnes, esta gloriosa excepción tiene al público del Palacio de Bellas Artes tan entusiasmado que no falta quien haga coro al Son de la Negra o aplauda y chifle cuando los músicos jarochos hacen un impresionante duelo de harpas. Sin perder seriedad ni elegancia, el Ballet Folklórico de Amalia Hernández junta el rigor de una compañía de danza de talla mundial con el espíritu fiestero y jovial del Mexicano logrando una propuesta que de forma exitosa rompe con los paradigmas del típico ballet de la tradición europea.
Es un orgullo y una lástima ver que casi todo el público viene de fuera, muchos foráneos y más extranjeros. Hace falta público capitalino, tal vez por la aberración al tráfico del centro nos perdemos de esta magnífica puesta en escena, pero bien vale la pena el espectáculo y la experiencia.