Al clima nublado y frío de estos días de cierzo invernal en Londres le contrarresta la temperatura social y política, que en los últimos 24 meses ha sido abrasadora y sofocante.
La polarización es evidente tanto dentro de Westminster como fuera: hace tiempo que se enfrentan en la misma acera los defensores a ultranza y los opositores del Brexit. La calle es su campo de batalla con pancartas multicolores alusivas a su postura respecto del proceso de salida de Reino Unido de la Unión Europea (UE).
Allí chocan en gritos catárticos los brexiteers y los remainers: los primeros con propaganda variopinta desde Leave means leave! al más de moda May traitor, que contrastan con la publicidad de los segundos, los que no quieren ninguna ruptura y corean Brexit is hell! o Stop Brexit!
May: dura y rocosa
En medio de las disputas el cronómetro para alcanzar la fecha y la hora de salida acordada con la UE sigue corriendo hacia la meta de ruptura: el 29 de marzo de 2019 a las once de la noche.
A poco más de dos meses de alcanzarse esa fecha Reino Unido no tiene claro qué clase de divorcio pretende con sus todavía socios europeos, luego del estrepitoso fracaso de Theresa May en la Cámara de los Comunes, cuando el pasado 15 de enero la primera ministra perdió en el Parlamento (por mayoría abrumadora) su propuesta de acuerdo de separación de la UE tras obtener 202 votos a favor pero 432 en contra.
El golpe fue tan brutal que el periódico The Telegraph tituló Theresa May sufre una completa humillación y aunque ya pasó a los anales de la historia inglesa la política líder del Partido Conservador sigue sin flaquear.
Si Margaret Thatcher se ganó el apodo de la Dama de hierro la premier inglesa es rocosa y dura. May se ha convertido en el “monolito” del Brexit, ha resistido remar casi en solitario y a contracorriente, soportando primero la frialdad de los socios europeos con los que ha debido negociar tête à tête un documento de salida que no ha sido de su gusto.
Después debió confrontar su impopularidad creciente dentro de Reino Unido con un grupo de sus propios compañeros del Partido Conservador en rebeldía, que la acorralaron con una moción de confianza (12 de diciembre) de la que salió victoriosa; y hasta sus acérrimos contrincantes del Partido Laborista, que lidera Jeremy Corbyn, promovieron otra moción de censura (16 de enero) para forzar la dimisión de May. Otro intento del que también salió bien librada por la mínima, con escasos 19 votos que la sostienen a flote en medio de una desangelada y preocupante gestión del Brexit.
Si algo hay que reconocerle a la política inglesa es su espíritu infatigable y su empecinado empeño en sacar avante la herencia podrida del resultado del referéndum que le dejó su correligionario, David Cameron, entonces primer ministro de Reino Unido.
Y May, quien se siente predestinada y destinada a concluir con el Brexit, está completamente rebasada por lo inédito del acontecimiento en una gestión mediocre, desgastante e infructuosa.
Si bien el Tratado de Lisboa recoge en su artículo 50 la posibilidad de una salida de un país integrante el proceso ha sido complicadísimo por el hecho mismo de la situación geográfica de dicha nación y de sus posesiones, porque no se va nada más Reino Unido de la UE sino que lo hacen igualmente Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte.
Los tres últimos tienen administraciones descentralizadas con diferentes competencias. El Reino Unido también mantiene distintos grados de vinculación con tres dependencias de la Corona: la Isla de Man, Guernsey y Jersey. No forman parte del Reino Unido pero el gobierno británico es responsable de su defensa y su representación internacional. Y el país tiene además 14 territorios de ultramar que oficialmente no forman parte del Reino Unido (a excepción de Gibraltar) ni de la UE.
Por esa razón la escisión no es sencilla. El punto más sensible es la situación de Irlanda del Norte: precisamente el acuerdo de divorcio del Brexit que se votó en la Cámara de los Comunes el pasado 15 de enero incluye que esta siga dentro de la unión aduanera… y por eso lo consideran “suave”.
May lo intentó todo para evitar un voto mayoritario en contra y apeló a los sentimientos de la nación, al sentido común, a la defensa de los empleos y a la recuperación del control de su presupuesto.
Ni su discurso previo, más flemático que apasionado, logró despertar la fibra sensible de los parlamentarios, a pesar de que habló del sentido histórico o de estar en juego el futuro de “nuestros hijos” y de “nuestros nietos” y de varias generaciones.
Reino Unido no sabe bien a bien cómo desenchufarse de la Unión Europea (UE), muestra fehaciente de que a lo largo de 46 años de pertenencia al cónclave se ha entretejido una sensible simbiosis económica, comercial, de inversiones, de trasiego de dinero, de facilitación de servicios financieros, de enorme movilidad humana, de cielos abiertos y de mares también.
¿Cómo se rompe con eso? La Cámara de los Comunes al rechazar el Brexit suave profundiza más la incertidumbre para miles de inversionistas, detenidos en sus decisiones ya que ignoran cómo quedarán finalmente los lazos entre la isla y el resto del continente europeo.
Hasta Downing Street reconoció en noviembre pasado que si la salida era conducida por el acuerdo recién rechazado, “la versión suave” implicaría que la economía caería al menos 3.9% en 15 años. Y si sucediera un hard Brexit, es decir, irse por las bravas —sin ningún convenio—, la caída sería de 9% durante el mismo lapso.
El propio Banco de Inglaterra advirtió en un análisis que “en caso de ausencia de un pacto bilateral entre Reino Unido y la UE el Estado británico podría verse forzado a pedir prestados 134 mil 900 millones de euros”.
De acuerdo con el Consejo Europeo los sectores más importantes de la economía británica son el comercio mayorista y minorista, el transporte, la hostelería y la restauración, la administración pública, la defensa, la educación, la salud y los servicios sociales y la industria.
“El comercio intracomunitario representa 47% de las exportaciones del Reino Unido (para Alemania 11% y Francia, Países Bajos e Irlanda 6%), mientras que el extracomunitario se concentra en EU (15%) y Suiza (5%)”, según información del órgano de gobierno de la UE.
Por el lado de las importaciones, 51% procede de Estados integrantes de la UE (Alemania 14%, Países Bajos 7% y Francia 5%), mientras que las extracomunitarias proceden de EU y China (9%).
Escenario incierto
Apenas conocerse el resultado de la votación del acuerdo del Brexit, Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, declaró que era necesario que los británicos aclarasen qué quieren y cómo quieren irse de la UE.
También Jean Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea, dijo que tomaba nota “con pesar del resultado” y refrendó que solicitaba a Reino Unido “clarificar sus intenciones tan pronto como sea posible, ya que el tiempo casi se agota”.
Hay una contaminación en las expectativas para Europa derivadas de la interrogante de la ruptura y los efectos colaterales esperados no nada más en lo económico, comercial, financiero y en el ámbito de las inversiones sino igualmente en el plano político a favor de los grupos nacionalistas, populistas y los temidos extremos recalcitrantes.
El Brexit siembra caos, incertidumbre, desazón, pesadumbre, ira, rabia y desencanto en suelo europeo; ha retrotraído el futuro al pasado; y se espera que las uvas de la ira de la cosecha de este caos se las lleven al bolsillo los grupos políticos eurófobos y euroescépticos en las próximas elecciones para el Parlamento Europeo, el 26 de mayo.
Los temores se cumplen: amaneció 2019 con la peor pesadilla posible, sin acuerdo de salida, flotando en el aire la duda de qué propondrá ahora la primera ministra para salvar in extremis las mínimas pautas de entendimiento y de paso seguir sobreviviendo ella, políticamente hablando; y con esperanzas inclusive de que pueda crecer la presión ciudadana para convocar a un segundo referéndum del que tanto ha renegado la primera ministra May.
El columnista Martin Kettle apela a la flexibilidad pragmática mostrada por diversos líderes políticos en tiempos cruciales, como lo hizo Franklin Delano Roosevelt durante 1930. “La atención queda centrada en el artículo 50 mientras se buscan nuevas opciones. May debe aclarar bien a bien cómo quedará la relación con la UE tras la salida”, apunta.
Queda una posibilidad: que el nuevo acuerdo que prepare la primera ministra May para presentarlo en Westminster el próximo 29 de enero se convierta en el nuevo plan B para todos.
Mientras, a la espera, los mercados financieros europeos se mantienen cautos digiriendo con agruras las noticias cotidianas y barajando los posibles escenarios.
Como explica la analista María Hernández, hay una doble razón en la aparente calma en los mercados: “De una parte, los inversores ya habían descontado la mayor parte del impacto desde el verano de 2016 y de forma especialmente intensa, en la segunda mitad de 2018. De otra parte, y a pesar de la abultada derrota de May en la votación del martes, los inversores conceden muy pocas posibilidades a un Brexit sin acuerdo, el escenario más temido”.
En todo caso lo que se necesita es tiempo, bien sea para renegociar un nuevo documento con Bruselas o bien para que suceda otro referéndum. O hasta podría barajarse la posibilidad de una enorme presión que termine orillando a May a convocar a elecciones generales anticipadas.
Es una cuestión de poder político y hasta de decencia, subraya John Crace. El analista político considera que la premier británica debió renunciar: “Era algo decente”. Y ahora la cuestión es que “si le dan más semanas ella terminará siendo la peor primera ministra de todos los tiempos”.
El resto de Europa hace provisiones para inclusive una huida abrupta y que los británicos se vayan sin ningún papel de por medio, como confirma Michel Barnier, negociador europeo para el Brexit.
Por ejemplo, aquí en España el gobierno de Pedro Sánchez analiza la aprobación de un Real Decreto-Ley de medidas de contingencia, al tiempo que ya presentó una página web —“preparados para el Brexit”— a fin de resolver todas las dudas de los más de 127 mil 920 españoles residentes en la isla británica; y viceversa, para atender todas las inquietudes de los 240 mil 785 británicos residentes en la península de España y sus islas.
Lo que se sabe es que Reino Unido ofrece la garantía unilateral de una serie de derechos en el marco del llamado settled status, un estatus de permanencia para los inmigrantes que ya están dentro de forma regular. Y de manera paralela el presidente Sánchez anunció que España garantizará los derechos de residentes británicos en caso de una salida no ordenada, de forma que puedan permanecer en España.
Por su parte, en Francia y en Alemania aumentan las solicitudes de residentes británicos a favor de obtener la nacionalidad; asimismo ambos países aseguran que los residentes británicos tendrán sus derechos salvaguardados.
Desde Bruselas el gobierno europeo insiste en que coadyuvará junto con May a la búsqueda de la mejor solución, aunque a cambio pide a la primera ministra que esta vez traiga su nueva propuesta “consensuada por todas las partes políticas, incluyendo a los laboristas”, otra dificultad más de entendimiento porque Corbyn y su partido se han retirado de cualquier negociación.
La factura del Brexit terminará siendo costosísima, impagable en términos de incertidumbre, volatilidad, fuga de dinero, de inversiones, desconfianza, desánimo ciudadano, incredulidad hacia la política y los políticos. Irremediablemente marcará a toda una generación… la generación del Brexit.
¿Qué escenarios se barajan ahora? Un Brexit duro; una salida sin acuerdo; la renuncia de May, por cansancio; la convocatoria de elecciones generales, y que gane un político que quiera una ruptura absoluta de borrón y cuenta nueva.
¿Lo inesperado? Otro referéndum y que esta vez triunfe el remain. El milagro del #NoBrexit y que todo quede en un susto y muchas lágrimas.