Por Claudia Luna Palencia
En mayo de 2018 la coloquial imagen del presidente de Rusia, Vladimir Putin, conduciendo un camión de carga para cruzar un puente colosal de 19 kilómetros de largo sobre el estrecho de Kertch mostraba al mundo su poderío reunificador: apenas cuatro años atrás Crimea pertenecía a Ucrania pero ahora subyace anexionada a Rusia.
En los últimos mil 500 días el gobierno de Kiev ha mantenido, además de la contienda diplomática con el Kremlin, un intercambio de artillería que a la fecha deja 14 mil muertos en la región de Donbás, según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU).
Aquí en Europa lo llaman “el conflicto olvidado” por una comunidad internacional rebasada en tensiones geopolíticas y que pone a la vera de Rusia la resolución del entuerto, condenando eso sí la anexión de Crimea y de Sebastopol —acontecida desde el 16 de marzo de 2014—, tras la celebración en dichas ciudades de una serie de plebiscitos anexionistas con la “madre patria Rusia”.
Desde el Kremlin Putin defiende que su país nunca ha tomado parte militarmente en la vecina nación colindante para “anexionársela” y que tanto en Crimea como en Sebastopol “sus ciudadanos por mayoría” decidieron en un referendo regresar a formar parte del territorio ruso; también argumenta que el Ejército ruso ha realizado algunas maniobras solo para defender la vida de sus ciudadanos contra los agresores.
A Rusia este conflicto le ha costado varios años de bloqueo económico, sanciones comerciales y hostigamiento en Estados Unidos contra inversores y ciudadanos rusos, así como en diversas partes de la Unión Europea (UE); sanciones por parte de la UE; dejar de ser invitado cada año a las reuniones del selecto grupo de países del G-7, y que la propia OTAN ubicase a Rusia como enemigo “inminente” de los europeos y, por ende, el pretexto perfecto para servir un nuevo rearme.
Un rearme para relocalizar bases estadunidenses en Polonia con moderno equipo antiaéreo ya que el presidente norteamericano, Donald Trump, aventura que trasladará a mil soldados para una base a la que bautizará como Fuerte Trump.
Se trata de una decisión que implicaría movilizar un nuevo contingente militar que se añadiría a los cuatro mil soldados que el Pentágono destinó a Polonia debido a un acuerdo alcanzado con la OTAN en 2016 ante la anexión de Crimea.
El movimiento de Moscú, con la intención de dominar la Península de Crimea y el Mar de Azov, es visto como una amenaza real de que emerjan nuevos movimientos prorrusos en las antiguas posesiones territoriales de la extinta Unión Soviética (URSS).
Y los estrategas europeos lo observan desde la ambición del mandatario Putin por recuperar la potestad territorial perdida por su nación tras la disolución de las estructuras políticas federales y del gobierno central de la URSS y que derivó —entre 1990 y 1991— en la proclamación de independencia de 15 ex repúblicas de la Unión Soviética.
Recuperar territorio es también recuperar poder geoestratégico y geoeconómico en muchos de los ricos territorios perdidos dotados con gas, petróleo, recursos minerometalúrgicos y, desde luego, con una posición geográfica privilegiada por colindar con estrechos y mares importantes para el control de la navegación comercial entre Europa del Este y Asia.
Es territorio estratégico por su ubicación toral en cuanto a mecanismos de defensa militar y despliegue de bases, así como de tropas rusas, en un mundo en el que la Guerra Fría 2.0 ha puesto en la mira los modernos escudos antimisiles; la conquista del espacio para su militarización; el rol de los satélites; el papel de las guerras híbridas y el uso de drones como artillería de contención y de cacería del enemigo.
Ucrania es uno de esos países señalados en el mapamundi con una posición privilegiada porque confluye con varias naciones colindantes o bien porque son una especie de puente entre un continente y otro, o entre una cultura y otra; acontece con Suiza, Turquía, Irán, México, Afganistán, Pakistán, Nigeria y Uganda, países que tienen un papel clave por su localización geográfica.
Precisamente en Europa del Este ese papel lo juega Ucrania, un territorio que sin Crimea y Sebastopol suma 576 mil 628 kilómetros cuadrados y hace frontera con Bielorrusia, Hungría, Moldavia, Polonia, Rumania, Rusia y Eslovaquia.
Ni tan grande, ni tan pequeño, pero con los oleoductos y gasoductos construidos por la larga etapa soviética y que sirven de trasvase de los recursos energéticos que desde Gazprom —principalmente— se bombean hacia Europa del Este y desde allí a otros países del resto del continente.
La anexión de Crimea y Sebastapol es solo la punta del iceberg de un conflicto delicadísimo que esconde el miedo de la UE hacia una guerra del gas con Rusia por su interdependencia a la importación de gas, petróleo e hidrocarburos.
Y que tampoco disimula el temor de los europeos hacia el nuevo rearme ruso en momentos en que Ucrania busca parecerse más a Europa que a Rusia, razón esencial por la que el anterior presidente ucraniano, Petro Poroshenko (perdedor de las pasadas elecciones), buscó el cobijo de la UE así como de la OTAN.
El punto de disputa es una cuestión de poder. La propia alianza atlántica desliza en la revista de la OTAN que el conflicto ucraniano y la anexión rusa de Crimea no son en última instancia cuestiones energéticas sino de poder. “Sin embargo en esta crisis la estrategia de desestabilización rusa tiene importantes aspectos energéticos que suelen pasar desapercibidos. La respuesta de Kiev ante estos retos de energía se enfrenta a grandes dificultades. Internamente el principal problema reside en sus intentos de diversificación: en Europa hay compañías y gobiernos que parecen dispuestos a sacrificar las políticas comunes energéticas europeas y la seguridad energética ucraniana en pro de contratos de gas ruso más barato. Y en EU algunas empresas, como ExxonMobil, pueden pensar que tienen mucho que perder en Rusia (cuyas reservas sin explotar de gas y petróleo se cuentan entre las mayores del mundo) si ayudan a Ucrania a modernizar sus infraestructuras energéticas y diversificar sus importaciones de gas”, advierte la publicación.
A Ucrania el conflicto con Rusia le ha costado cinco años de dificultades económicas, un territorio dividido, un conflicto armado interno en la región de Donbás, en las ciudades de Donetsk y Lugansk, tomadas militarmente en una lucha descarnada entre las fuerzas prorrusas que buscan su independencia y el ejército oficial que las contrarresta.
Casi 71.2% de su territorio es agrícola. Con los enfrentamientos mucha gente ha huido. La población, de 44 millones de personas, es mayoritariamente joven: 44% está entre los 25 y los 54 años.
El Fondo Monetario Internacional (FMI) concedió un préstamo por 17.5 billones de dólares para oxigenar la economía ucraniana a finales de 2014. Su PIB, de acuerdo con el Factbook de la CIA, cayó 6.6% en 2014 y 9.8% en 2015.
En los últimos años el gobierno de Kiev se ha visto urgido de echar mano de los acuerdos signados con la UE a fin de tratar de compensar la pérdida de ingresos que la economía ha padecido por el veto de comercio ruso y porque el gobierno de Putin se ha encargado de construir diversas obras de ingeniería para seguir bombeando gas a Europa, fundamentalmente a Alemania, sin pasarlo por suelo ucraniano; lo que implica que Rusia no paga el derecho de tránsito a Ucrania.
Política y comercialmente existe un Acuerdo de Asociación entre Ucrania y la UE que busca estabilizar el país, dotar a sus instituciones de credibilidad, luchar contra la corrupción, impulsar una serie de reformas económicas y fortalecer su democracia.
Este país, con una situación estratégica en el Mar Negro, es candidato a formar parte del club europeo (todavía con 28 integrantes, contando con Reino Unido) en 2025.
Asimismo la OTAN confirmó que Ucrania será muy pronto integrante de la alianza atlántica, lo que implica un trascendental paraguas militar ya que quedará amparado ante las agresiones de terceros países bajo el hierro del artículo 5 que detalla las acciones de defensa colectiva cuando uno de sus miembros es atacado.
En este escenario en los últimos meses el presidente de Francia, Emmanuel Macron, se ha convertido en un pivote importante para tratar de destensar los roces entre Rusia y Ucrania invocando la necesidad de respetar y poner en marcha los Acuerdos de Minsk que, entre otras cosas, pugnan por una paz duradera; una frontera segura entre Ucrania y Rusia; la devolución de presos políticos, así como de los militares apresados en combate, tanto en uno como en otro país, y la retirada de todo el equipo bélico en acción.
El Protocolo de Minsk, signado el 5 de septiembre de 2014 en Bielorrusia, fue el resultado de un esfuerzo entre los representantes de Ucrania, Rusia, Donetsk y Lugansk, teniendo como observador internacional a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).
La intención del alto al fuego fraguó a los pocos días con combates aún más intestinos. Recientemente se reveló en los medios de comunicación que el entonces presidente de Ucrania, Poroshenko, podría haber incurrido en delitos de alta traición.
El nuevo gobierno, que encabeza Volodymyr Zelenski, está dispuesto a limpiar los vestigios de corrupción de la administración pasada y también a investigar a fondo las actuaciones de Poroshenko en el Protocolo de Minsk.
El sistema informativo alemán Deutsche Welle dio a conocer que la Oficina Estatal de Investigaciones de Ucrania ha abierto una investigación de carácter penal contra el ex mandatario tras una denuncia de un antiguo colaborador de Poroshenko. “La GBR ha iniciado una investigación previa sobre la posible comisión de un delito por parte del quinto presidente de Ucrania durante los preparativos y la celebración de las negociaciones del 11 y 12 de febrero de 2015 sobre el conjunto de medidas destinadas a aplicar los acuerdos de Minsk”.
Dicha investigación refiere a una segunda etapa del protocolo: fracasado el primero con cita en Bielorrusia se procedió a un segundo intento, esta vez con la mediación de Francia y Alemania, buscando que ambos interlocutores de peso internacional lograsen un alto al fuego entre Rusia y Ucrania… pero tampoco prosperó.
En los últimos cinco años Ucrania no ha tenido nada fácil su camino: a la guerra y el dolor por los muertos se suma la situación política interna, con un mando centralizado salpicado de corrupción y abusos de poder.
Las negociaciones tuvieron como árbitros iniciales al entonces mandatario galo François Hollande y a la canciller germana Angela Merkel, quienes intentaron en su momento reflotar un acuerdo de varios puntos torales a fin de pacificar a Ucrania —y toda esa zona—, darle una nueva Constitución que reconociese la descentralización y autonomía de diversas ciudades (sin darles la cesión como han buscado los grupos armados prorrusos en Donbás), efectuar el canje de presos y en definitiva evitar que haya más muertos.
La inquietud real en Europa pasa por evitar que EU se involucre con el Pentágono en la defensa de Ucrania y envíe tropas, lo que generaría enormes roces con Rusia como antagonista.
En busca de la paz
Zelenski se abre como una nueva vía para los ucranianos y como una esperanza para la paz anhelada por los europeos; el comediante, actor y guionista de 41 años obtuvo la Presidencia en las elecciones del pasado mayo.
Él intenta ser un punto y aparte con la administración de Poroshenko, comenzando por juzgarlo y por pacificar a su nación a fin de implementar una serie de reformas que terminen dándole comida, trabajo y futuro a sus ciudadanos. En suma, prosperidad.
El pasado lunes 9 de diciembre aconteció el primer encuentro —bajo el formato de Normandía— entre el mandatario ucraniano Zelenski y sus homólogos Putin, por Rusia; Merkel, por Alemania, y Macron ahora representando a Francia.
La cita esta vez fue en París. Macron, obsesionado por convertirse en mediador del mundo, fundamentalmente vocero de Europa, ha sentado en la mesa a las partes hostiles en el conflicto; de hecho lo ha platicado varias veces con Putin… y Putin varias veces le ha pedido a Macron que abogue por él ante el Consejo Europeo, ante la Comisión Europea, ante la OTAN y ante el G-7.
Y Ucrania es la baza para que Rusia no vuelva a la normalidad internacional, siga sancionada y excluida por las autoridades europeas; de allí que el nuevo encuentro se vea, esta vez, como un intento que puede quedar en más de lo mismo.
Quizás el principal avance sea la puesta en marcha de un calendario: entre diciembre y marzo sucederá un canje de prisioneros en ambos países; las conversaciones deberán continuar, mientras la parte más ríspida sigue detenida porque Zelenski no reconoce la independencia de la región de Donbás mientras Moscú presiona por que se permitan elecciones en Donetsk y Lugansk. Ya de Crimea ni se habló siquiera tras la inauguración del majestuoso puente que la une con el resto de Rusia: para Putin ha sido salirse con la suya.
Para Macron la más reciente reunión implica “la estabilidad del continente europeo” y para ello se busca una salida en las urnas al conflicto militar de la región de Donbás.
No será fácil ni será pasado mañana. El propio Zelenski está bajo el escrutinio nacional y entre bandos bastante equidistantes: unos quieren la paz pero no ponerse de rodillas respecto de la UE, y otros quieren la paz pero reniegan de cualquier tufo soviético.
Ucrania, que es una angustia para Europa, también sorpresivamente se ha convertido en el argumento para un impeachment contra el presidente Trump en su país. Hace unos días Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, anunció un proceso contra el inquilino de la Casa Blanca por “abuso de poder” y utilizar su postura política privilegiada actual “para beneficio personal”.
Todo se remite a una llamada telefónica de Trump a Zelenski en julio pasado, cuando el actor estaba recién llegado al poder y del otro lado de la línea telefónica el hombre más poderoso del mundo le pedía “un favor” relacionado con darle información sucia que involucrase a Joe Biden y a su familia con negocios en Ucrania.
Información para deslegitimar a su principal rival en las elecciones presidenciales del próximo año y, peor aún, de no obtenerlas Trump amagó con cortar fondos y asistencia a Ucrania congelando fondos en momentos de necesidad.
Para Pelosi los hechos en sí mismos son incontestables ya que “el presidente usó su poder en su beneficio personal” y condicionó la ayuda militar a un país como Ucrania.
Hunter Biden, hijo de Joe, es integrante del Consejo de Administración de Burisma, una importante empresa gasista ucraniana. La filtración de esa conversación entre Trump y Zelenski ha dado lugar a un proceso de impeachment tras desnudarse el chantaje. Al final, Ucrania está siendo el granito en el arroz de Putin en Rusia y de Trump del otro lado del Atlántico.
Putin reclama deuda a Ucrania
Vladimir Putin reclama ante el Tribunal Supremo de Reino Unido que Ucrania le devuelva al gobierno ruso un préstamo por tres mil 85 millones de dólares concedido por Moscú en 2013 al entonces presidente ucraniano Viktor Yanukovich.
La semana pasada comenzaron las audiencias de disputa en dicha Corte y el Kremlin ha subido la factura adeudada hasta los cuatro mil 500 millones de dólares por un empréstito concedido en forma de bonos y obligaciones financieras.
Un tribunal de apelación, sin embargo, aceptó el pasado septiembre los argumentos de Ucrania en el sentido de que no podían obligarla a pagar sin antes darle la oportunidad de reestructurar esa deuda. Ahora Rusia quiere que esa apelación quede anulada.