El arte de la amistad

1. No creo que nadie tenga más allá de una docena de amigos. Sobra decir que de amigos entrañables, profundos, verdaderos. Hay un poema en el que se afirma que Cristo tuvo precisamente doce y que uno le falló.

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Eusebio Ruvalcaba

1. No creo que nadie tenga más allá de una docena de amigos. Sobra decir que de amigos entrañables, profundos, verdaderos. Hay un poema en el que se afirma que Cristo tuvo precisamente doce y que uno le falló.

2. ¿Qué es lo que une a dos hombres? Tal vez la alegría. Porque aun los amigos tristes son proclives a pasar las horas al lado de amigos festivos.

3. Los hombres se ríen más que las mujeres; de algún modo son más propensos al desparpajo, a la mofa, o de plano al escarnio. Sin contar con que los hombres nunca pierden la capacidad de reírse de sí mismos, en parte porque los anima un espíritu lúdico, en parte porque nunca dejan de ser adolescentes.

3. Hasta antes de ser adultos, hombres y mujeres refuerzan sus amistades. Y aquí las mujeres son otras. No hay que insistir mucho para apreciar la amistad inquebrantable entre dos mujeres niñas o jóvenes. Se aman. Comparten sueños, gustos, esa ilusión que se desenrolla delante de ellas como una alfombra; al cabo de los años, de esta amistad no queda más que un recuerdo tenue. Con los hombres es otra cosa; aun en la inteligencia de que no sean los mismos a la vuelta del tiempo, basta con que se miren y se sienten a charlar para que los recuerdos se sucedan.

5. Reunirse con los amigos de tiempos pasados no es más que una pérdida de tiempo, que no pasa del gusto por el reencuentro.

6. Al calor de los tragos, los hombres exageran la dimensión de las cosas. De pronto, aun siendo tan mansos como un cachorrito, se tornan intrépidos. Pero no se exagera por mentir —de hecho, a un amigo no se le miente— sino por reafirmar la amistad. En una charla de esta naturaleza nadie pone en tela de juicio verdades universales; por el contrario, los amigos que no mienten son terriblemente aburridos y previsibles. Nadie quiere un amigo que no mienta, que no fanfarronee.

Amor

7. Hombres y mujeres nunca han podido ser amigos. Porque el hombre se enamora, el hombre desea. No es posible que un hombre y una mujer se sienten a charlar si no hay una atracción mutua. De no ser así, no hay nada entendimiento posible. Una amistad semejante no conduce a ninguna parte.

8. Mozart nunca tuvo amigas, fingía amistad; Beethoven y Brahms lo mismo. Mozart tuvo amigos verdaderos, como Anton Stadler, el clarinetista. Beethoven era ciertamente incapaz de fomentar una amistad femenina. Las mujeres le atraían tanto, que apenas le daba la mano a una de ellas se sentía arrebatado de una pasión no exenta de dolor. Brahms hizo de la amistad una obra de música de cámara; guiado por su grande corazón, sus amigos eran contados pero selectos; por sus amigas, en cambio, inequívocamente se dejó llevar por el amor, aunque no lo reconociera jamás. ¿Podrá haber amistad amorosa más trágica que la suya con Klara Schumann?

9. Es absolutamente imposible ser amigo de la esposa. Si se opta por la amistad, el amor se va por el caño. Ni siquiera se justifica la amistad entre ex cónyuges. Saben tanto uno del otro que no queda misterio alguno.

10. Lo que más duele de la amistad es perderla, por ser tan escasos los amigos. Cuando se muere un amigo, una parte de nosotros se pudre. Pero también duele cuando se pierde un amigo por un malentendido; es como si se avanzara un paso en el camino hacia la autodestrucción. Por eso el reencuentro —que siempre ocurre cuando hay buena voluntad de por medio— hay que celebrarlo como se celebra el regreso a casa.

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