Realiza las cosas a su manera desde pequeña. Egresada del sistema Montessori, sobre la marcha aprendió a aceptar y a hacer propios los preceptos de la academia. Elisa Lemus (Ciudad de México, 1981) es una artista plástica que busca el diálogo antes que otra cosa.
Su exposición más reciente es Ejercicios para saltar al vacío, que tiene lugar en el Museo del Ex Convento de Tepoztlán. Conformada por tres piezas, la instalación se centra en dos de sus temas medulares: la colectividad y el lenguaje no verbal.
“El proceso de producción duró dos años”, comenta la artista a Vértigo. La génesis del montaje se ubica en sus estudios de posgrado. “El hilo conductor son las dinámicas de participación y la idea de vacío, partiendo de las referencias literarias a las que generalmente recurro, que en este sentido fue el Diccionario de figuras retóricas, de Elena Beristaín”.
El acto creativo es en sí mismo un salto al vacío. Sin una metodología lineal, la artista reconoce la complicidad de Andrea Torreblanca para el diseño de la muestra. “Tengo una forma personal de trabajar; de hecho no todo lo que hago es obra. Por eso fue tan importante el apoyo de Andrea, quien me ayudó a tomar piezas significativas para inscribirlas a un mismo proceso y tender una relación entre ellas”.
Trance
Tras haberse formado como escultora, Lemus ha empezado a recorrer los senderos del arte contemporáneo. De ahí las diversas pistas sobre las que se mueve Ejercicios para saltar al vacío. “Quería plantear la forma en que el tejido se puede convertir en un pretexto para desarrollar diferentes formas discursivas como la participación colectiva, el lenguaje no verbal, las dinámicas que se suceden en el acto de tejer y las historias orales”.
Para ello hizo de la repetición, el dibujo, la sonoridad y el tejido el cuerpo de una instalación que invita a insertarnos en una especie de trance. “Juntos, los elementos me llevan a la idea del vacío. Por una cuestión familiar entiendo el tejido como un rito. Parte importante de este trabajo fue un taller que tomé con 20 tejedoras: juntas entrábamos en un estado casi hipnótico, donde estábamos conectadas por el tejido, incluso sin decir una sola palabra”.
Cuando hilar se vuelve una experiencia colectiva, adquiere una dimensión social. “Para mí lo colectivo es importante, por eso no produzco sola. Las piezas que presento en el Ex Convento de Tepoztlán están hechas con más gente. Yo encamino una idea, pero atrás hay una complicidad de más artistas. Mi labor consistió en darle un sentido narrativo a una experiencia emotiva”.