Con la idea de reposicionar a la Orquesta Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional la institución reclutó a un experimentado director: Enrique Arturo Diemecke.
Sobre la espalda del nuevo titular de la agrupación reposa un currículum amplio: antes de llegar al plantel fue director artístico de la Filarmónica de Buenos Aires así como de la Orquesta Sinfónica de Flint en Estados Unidos, y ha llevado la batuta de la Filarmónica de Los Ángeles, la Orquesta Sinfónica de San Francisco, la Sinfónica de la BBC de Londres, la Orquesta Filarmónica Real, la Orquesta Nacional de Francia, la Filarmónica Nacional de Montpellier y la Orquesta Real de La Haya.
A todo ello debemos sumar los 17 años que estuvo a la cabeza de la Filarmónica Nacional.
Diemecke proviene de una familia de músicos alemanes. Su padre fue su primer maestro. En México se convirtió en primer chelo de distintos conjuntos y fundó las orquestas de Guanajuato y Monterrey. Su madre encabezó una academia musical de la familia. El pequeño Enrique Arturo aprendió a tocar el violín a los seis años y tiempo después formó un cuarteto con sus hermanos.
—¿Por qué aceptar la invitación para dirigir la orquesta del Instituto Politécnico Nacional?
—Siempre he estado inclinado a la docencia. Estaba por concluir un contrato cuando me invitaron y acepté porque tengo una idea para desarrollar y crear nuevos públicos. El Politécnico se me hace un lugar inmejorable para empezar a construir un sistema de enseñanza que forme a los estudiantes con un currículum más completo.
—¿Cómo crear nuevos públicos para la música de concierto?
—Parte de mi idea es invitarlos a que conozcan la orquesta y vengan a los conciertos. Me interesan presentaciones menos acartonadas y más ligeras. Al ser una sociedad visual nos identificamos con lo que vemos de modo que necesitamos una orquesta atractiva para el público: que ubique un oboe, una flauta, los violines, etcétera. Debemos construir un discurso visual de los propios músicos hacia el público. No se trata sólo de saber escuchar sino de aprender a ver la orquesta.
—¿En qué momento se perdió el contacto popular con la música clásica?
—En la era de Beethoven o Bach su música era la popular. Se tenían piezas religiosas y de baile. A partir del Renacimiento empezó a ser un arte, como la pintura por ejemplo. Durante el siglo XX la brecha se hizo más grande porque lo popular tomó una fuerza y presencia distinta, se convirtió en una corriente muy fuerte que dejó a la música de concierto para un sector reducido. Más adelante la música popular se convirtió en comercial.
Rompimiento
—Aunque en el siglo XX el clásico también adquirió otro nivel de sofisticación, pensemos en Xenakis o John Cage…
—Cierto, la música clásica se volvió muy sofisticada y los compositores se retaron a ellos mismos. Lo mismo le pasó a la pintura y a la literatura. El arte alcanzó un nivel de expresión que sólo entendían los expertos y se pensaba que eso estaba bien. Lo ideal sería que todos pudiéramos ser expertos pero por desgracia la sociedad se desmoronó y se convirtió en otra cosa, se rompieron las estructuras. Ahora estamos buscando la forma de adquirir conocimiento de manera más fácil y esto es lo que debemos aprovechar.
—En los últimos meses, orquestas de diversos países han pasado dificultades económicas. ¿Cómo interpretar esto?
—Las agrupaciones culturales en Latinoamérica son apoyadas por el gobierno, algo similar sucede en Europa. En el mundo sajón es diferente. En Canadá, Estados Unidos, Inglaterra o Australia las orquestas son apoyadas por donativos particulares. El problema de los últimos años es que los gobiernos cambian y se reinventan, entonces su existencia depende del capricho de las autoridades. En México, por ejemplo, el tema cultural no ha sido necesariamente el más popular entre los gobernantes. Ahora parece que las condiciones se están dando para volver a ver a la cultura y a la educación como elementos que fortalecen y hacen más productiva a la sociedad. Si empezamos a hacerlo desde los niños y jóvenes nuestros próximos gobernantes estarán más sensibilizados en estas áreas.
Regresar
—En Venezuela o Colombia se han diseñado programas para incorporar a los jóvenes de escasos recursos a orquestas. En México otro ejemplo son proyectos como los de Esperanza Azteca…
—Son buenas iniciativas pero la música no sólo debe tomarse como entretenimiento porque también es educación. El problema es que la mayoría de estos proyectos obedecen a modas o momentos. Un día usan la música y al siguiente el deporte o el graffiti. Los programas sociales son una cosa y los programas culturales son otra. Los primeros atienden el momento y los segundos quedan para toda la vida.
—¿Qué tan protagónico debe ser el director de orquesta?
—El director de orquesta empezó a ser protagónico cuando las orquestras crecieron en número de personas. Antes no existían: el director era quien enseñaba a los músicos a tocar su instrumento y quien daba información. Gracias a Karajan, Toscanini y Bernstein se convirtieron en estrellas y tuvieron más importancia que la música. Se ofrecían sus interpretaciones. Es entonces cuando se entra en otro rango de interpretación: estamos llegando al extremo de que los directores son lo más importante. Pero yo quiero regresar a la orquesta y la música.
—Pero usted es justo lo contrario…
—Sí, pero quiero aprovechar mi nombre para jalar a la gente y que se interese por el trabajo de los músicos. Sé que mi estilo no le gusta a muchas personas pero a estas alturas ya no me incomoda. Así he cosechado éxito y reconocimiento: detenerme a pensar en mis críticos es perder el tiempo.