Por: Federico González
El doctor P., músico connotado en su momento, ya entrado en años se dedicó a la enseñanza en la Escuela de Música de su localidad. Con el tiempo comenzó a sufrir un padecimiento extraño: dejó de reconocer a las personas por su cara y únicamente las identificó por su voz.
Las circunstancias lo colocaron en más de una situación embarazosa. Las cosas fueron a peor cuando empezó a ver rostros donde no los había. Su desconexión cerebral contrastaba con la creciente lucidez de sus capacidades musicales. El artista tocó fondo cuando confundió a su mujer con un sombrero e intento colocarla en su cabeza.
Por increíble que parezca, estas cosas suceden y Oliver Sacks (1933-2015) se dedicó a investigarlas y reseñarlas para lectores ajenos a la academia.
Neurólogo de formación, publicó más de una decena de libros. Como bien decía Juan José Millás, supo encontrar vasos comunicantes entre las leyes de la medicina y la literatura. No por nada The New York Times lo llamó “el mejor escritor clínico del siglo XX”.
Despedida
Después de atenderse un tumor en el ojo, Sacks publicó una carta en febrero de este año, en la que advertía que padecía cáncer terminal en el hígado. “En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada”, expresó, no sin dejar de describir su vida como un “privilegio” y “una aventura”.
Poco después reconocía que no podía “fingir que no tengo miedo, pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud (…) Debo vivir los meses que me quedan de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y a los debates sobre el calentamiento global. No es indiferencia, sino distanciamiento”, escribió.
El plazo de Sacks se cumplió. Hombre afable y cordial —reseñan los obituarios de quienes lo trataron—, deja un caudal de títulos que reconcilian la ética clínica de pronto tan extraña para el paciente, con el rigor científico y narrativo. Sus títulos El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Despertares —llevada al cine por Penny Marshall y con las actuaciones de Robert De Niro y Robin Williams—, Un antropólogo en marte y Musicofilia son títulos ejemplares para todo interesado en conocer las complejidades y maravillas que encierra el cerebro.
Para los lectores mexicanos es particularmente interesante su Diario de Oaxaca, bitácora de un viaje con colegas al estado sureño para investigar helechos. Sus crónicas demuestran la sorpresa que le supuso el encuentro con el mundo indígena y la cosmogonía prehispánica.
Antes de morir alcanzó a publicar su autobiografía, On the move. A life, que en breve publicará en español el sello Anagrama.
Sacks era de esos autores, al menos para quien esto escribe, que suponían una cita obligada, un hallazgo sorprendente en cada nuevo título. Se le extrañará, en serio.