FAMOSITIS AGUDA

El culto a los famosos es una característica humana que existe desde Cristo o Aquiles.

Foto: Especial
Ilustración
Redacción
Todo menos politica
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Por Mónica Soto Icaza

Me encuentro en la Feria Internacional del Libro en Guadalajara, paraíso terrenal para los amantes de los libros, parada junto a un señor famoso. Un par de amables damas se le acercan para felicitarlo por sus programas y pedirle que se tome una foto con ellas. Él accede con gusto (como lo ha hecho cientos de veces ya, después de tres días recorriendo estos pasillos de alfombra rodeados de stands con ejemplares de todos los colores y formatos), yo tomo el teléfono inteligente de la susodicha y hago las fotografías, cinco, para que elija la que más le guste. Le devuelvo el aparato.

Acto seguido la mujer me pregunta: “¿Usted también es escritora?”, a lo que yo le respondo afirmativamente. “Entonces también queremos una foto con usted”, y entonces es él quien activa la lente de la cámara y produce las imágenes.

Las mujeres referidas saben quién es él pero no tienen la mínima idea de quién soy yo: no conocen mis libros, jamás han escuchado mi nombre, ignoran el tono candente de mis poemas, ¿y si resultan militantes de la vela perpetua?

Se despiden de beso y abrazo. Se van. Entonces yo reinicio la reflexión sobre un tema que desde niña me llama la atención: ¿por qué a la gente le gustan los famosos? ¿Qué tienen de especial las celebridades del show business o las familias de la realeza o periodistas o políticos o multimillonarios o deportistas?

La última vez que me tomé una foto así fue hace unos años, con Mario Vargas Llosa en Arequipa, Perú, en su cumpleaños 80, que celebró inaugurando la biblioteca que lleva su nombre en esa ciudad.

Después de aquella ocasión he vuelto a coincidir con él cuatro veces; en todas y cada una de ellas cuando llego y le dicen: “Ella es Mónica”, el señor me ha respondido: “Mucho gusto en conocerte”, aunque en realidad ya ha tenido el placer de conocerme en cuatro ocasiones, ¡y eso que tengo una foto con él! Además no sobra decir que es una muy linda, donde salimos abrazados y sonrientes.

En los círculos de escritores, literatos y comentaristas culturales se critica mucho la asistencia a la FIL de youtubers, booktubers, celebs de televisión y otros personajes que han publicado su libro en grandes grupos editoriales por su cantidad de followers en redes sociales o su fama, sin importar la calidad del contenido o el tema, ni siquiera si es el autor que aparece en la portada el que redactó el texto. Entiendo la indignación pero también entiendo la necesidad de garantizar la permanencia de los negocios editoriales.

Cualquiera pensaría que ese fenómeno sucede solo en países con bajos índices de lectura, donde la cantidad de libros que se venden es mucho menor, pero resulta que no: es un fenómeno mundial, lo que nos lleva a comprender que el culto a los famosos es una característica humana que además ha existido desde Cristo o Aquiles; desde Sócrates y los grandes filósofos, por poner algunos ejemplos. ¿Por qué?

Existen diversas explicaciones que van desde la veneración a los machos alfa, pasando por la admiración hacia personalidades que modificaron el rumbo de la historia con sus inventos o su creatividad vertida en arte, o hasta falta de autoestima que lleva a las personas a querer demostrar que se tiene algún tipo de relación con alguien popular, pero lo cierto es que todos y cada uno de nosotros, por la circunstancia que sea, nos hemos tomado la consabida foto con alguien.

La FIL de Guadalajara significa para mí ese encontronazo con la realidad de viento y fierros. Ver a tanto escritor regodearse de su fama en las redes sociales siendo olímpicamente ignorado por la mayoría de los lectores me recuerda que a fin de cuentas todos somos seres humanos luchando por nuestros objetivos con ilusión y ahínco, como Freddie Mercury, quien nos legó su famosa frase: “No seré una estrella de rock, seré una leyenda”.

Y no, no somos tan importantes.

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