"¿Cómo describirías el paraíso en la tierra?” es el tipo de preguntas que no tienen una sola respuesta. Todos tenemos una idea propia del jardín del Edén, ese territorio donde el tedio y las desgracias de la vida no nos tocarían, donde no hay consecuencias qué temer ni decisiones qué tomar. Hedonismo en su máxima expresión.
Para Faith, Brit, Candy y Cotty, el paraíso terrenal es música de Skrillex en la playa, competencias de beber alcohol, mariguana, un poco de cocaína y senos bañados en cerveza que saltan en cámara lenta. Spring Break forever.
Tras asaltar un diner con pistolas de agua las cuatro universitarias consiguen costearse su escapada al paraíso en la playa, la única aspiración que parecen tener en la vida.
“Pretende que es un videojuego” se dicen una a la otra al momento de asaltar el restaurante, borrando ligeramente la línea entre la fantasía y la realidad, un tema que persiste en toda la película.
La voz en off de Faith (interpretada por Selena Gómez) describe sus vacaciones como un viaje de autodescubrimiento, una travesía para llegar a conocer “quiénes son en realidad”, y aunque quizá no en el sentido espiritual-trascendental que ella esperaba, el Spring Break resulta ser precisamente eso. Entre armas, pandillas y tráfico de drogas cada una de las chicas elige qué tanto descender en el abismo para conseguir la diversión de sus vidas.
Las luces león, los colores chillantes y la cinematografía que en ocasiones nos otorga la visión de alguien que ingirió ácido es cortesía de Benoît Debie, fotográfo de cabecera de Gaspar Noé (Irréversible, Enter the Void).
La música es provista en parte por Skrillex, para los momentos más salvajes del filme, y por Cliff Martínez (Drive) para los momentos reflexivos.
Al final la historia de Spring Breakers es una historia de búsqueda de libertad y de ese lugar que parece solo existir en nuestra mente, y una fábula sobre cómo se puede llegar al infierno buscando el paraíso y aún así tener los mejores momentos de tu vida. No es algo muy realista, pero sí muy divertido.