MÉXICO FRAGMENTADO

“Una sensación de pérdida que facilita fracturas”.

Guillermo Deloya
Columnas
MÉXICO FRAGMENTADO

Parece increíble la recurrencia de temas que a la luz de la integración que propone la modernidad se aparecen cíclicamente con matices que ahora, en el caso de nuestro país, los hacen realmente alarmantes. Es el caso de aquello que compone el amplio concepto de “fragmentación social”, noción ampliamente razonada a la luz de la ola de estudio sobre transiciones democráticas a finales del siglo XX y cuya situación ahora se hace presente en un escenario que puede llegar a límites peligrosos.

La fragmentación mencionada se ha considerado como una real estrategia encauzada desde el poder, donde se busca poner énfasis en las diferencias existentes entre minorías que, a su vez, entran en un estado de guerra entre sí.

Al crear hondas diferencias entre minorías que chocan se establece un círculo interminable de una relación víctima-victimario que lo único que genera es confusión. La confusión procurada traba a los miembros de este antagonismo en contradicciones permanentes que imposibilitan cualquier lucha colectiva. Es una condición para perder el rumbo de una causa nacional.

Por otra parte, esta lucha sorda siempre estará aderezada por lo que Lucas Barbín —connotado ensayista bajo seudónimo—denomina “el milenarismo”. Esto es, la reminiscencia casi anecdótica de un pasado de gloria donde todo era bonanza y donde una vez perdida surgen los grandes culpables de tal caída por un sinfín de abusos y tropelías que hoy deben repudiarse. El gran discurso de “tenemos toda la riqueza, pero nos la han robado” y por tanto hay que ser partidarios de la restitución a costa de una disminución paulatina de las libertades y mediante la toma contrapuesta de posturas entre aquellos que buscan la restauración de la gloria y quienes buscan la conservación de privilegios que les ha dado la descomposición.

Definiciones

Este antagonismo tenso promueve la confusión en una sensación de pérdida que facilita fracturas; el presente se vuelve el único espacio de discusión con la imposibilidad de definir un futuro común. Cuando una sociedad se encuentra atrapada en una discusión agria que toma lugar únicamente en el presente, el futuro se cancela al verse borroso y deja el espacio ideal para que, como generosas ayudas, el poder público conceda dádivas y soluciones inmediatistas que propician la creación de públicos electorales cautivos. Y la estrategia de fragmentación es una serie de acciones efectivas para tener terrenos moldeables por los gobiernos que la implementan. No solamente se pacta la destrucción de futuros, sino que se busca la ruptura del presente para ubicarlo como un espacio propicio para el desencuentro y como un real territorio de guerra entre grupos marginados.

Toda esta lógica aplicada a lo que hemos atestiguado en días recientes respecto de la diferencia de opiniones en torno de una reforma política, permite avizorar que un escenario de confrontación beligerante de posiciones no llevará a más que la destrucción paulatina de futuros y a la incapacidad de lograr rumbos comunes que aterricen en la aceptación generalizada de decisiones. Estamos en el límite de sumergirnos en un ciclo interminable de lucha sorda que paralice cualquier progreso; cualquier meta lograble en lo colectivo se verá polarizada, discutida, combatida y finalmente cancelada.

Es muy cierto que el progreso requiere definiciones previas sumamente profundas, las cuales seguramente no le darán un provecho pleno a la totalidad de la población. En el caso de la reforma política, la discusión se ha centrado en un recoveco que podría pasar a ser más un apéndice de la real discusión de fondo en un tema que tiene profundo calado. El Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) son órganos que derivan del mandato fundamental contenido en la Constitución para contar con un sistema político, democrático y electoral funcional, apegado a las capacidades operativo-económicas del Estado.

Sin embargo, incluso una cirugía mayor o su sustitución absoluta no resuelve los problemas que de fondo tiene nuestra democracia. Por ello es un real acto de responsabilidad, tanto de adeptos como de detractores, ampliar una discusión mucho más enfocada para saber si en realidad existe un puerto de llegada al que todos los mexicanos queremos arribar. No contribuyamos al caos ahora con un análisis fragmentado en un terreno ya accidentado donde nadie debería estar.