MULTIPARTIDISMO INNECESARIO

PALABRAS ARTICULADAS

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Columnas
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Confusión, escasas propuestas, pobre oferta política y atomización innecesaria de la preferencia electoral fueron consecuencias del alojamiento de un número exagerado de partidos políticos en una competencia electoral donde poco o nada abonaron a la justa democrática en las urnas.

En términos de la teoría política, la generación de sistemas multipartidistas competitivos surge del agotamiento de un esquema de partido hegemónico. En tal pensamiento, identificable con Giovanni Sartori, después de un periodo de predominio absoluto tendría que forzarse una transición democrático electoral por causas naturales y permitir en consecuencia el florecimiento de varias opciones políticas que constituyan un contrapeso y una alternativa en la democracia. Sin embargo, en el caso mexicano los incentivos para el reconocimiento de partidos políticos está puesto en otros frentes.

La teoría nos marca una ruta desapegada de la realidad mexicana al indicar que un partido político se entiende como un ente de interés público diseñado y concebido para la promoción de la participación de la sociedad en la vida democrática del país. En dicha entidad se agrupan personas que son afines en intereses, objetivos, ideologías y proyectos.

Desde el momento mismo en que se da esa afinidad de factores las puertas se abren a la ciudadanía para que se afilie o simpatice con la oferta política que esa institución puede ofrecer y es ahí donde se generaría el debate enriquecido y la expresión plural que lleva a la atracción de electorados en momentos de elecciones.

Sin embargo, la práctica ha llevado a concebir con desprecio esta ruta de la democracia para llevarla por caminos crematísticos y hacer de los nuevos institutos políticos un auténtico frente de negocios y conveniencia disfrazados con atavíos para una presentación lustrosa ante la sociedad.

Realidad

Hemos tomado la ruta equivocada y conviene hacer una revaloración en el camino. No necesariamente la apertura a la participación en el plano electoral ha traído mejores expresiones y calidad de la democracia. El tránsito mexicano desde la existencia de partido hegemónico que por más de 70 años nos gobernó no ha cumplido con el objetivo primario que toda acción de dicho tipo debiese cumplir: incentivar el interés ciudadano que genere participación y propuesta.

Desde la reforma que en 1977 estimó conveniente motivar que nuevas fuerzas políticas participaran en las contiendas, hasta el multipartidismo superfluo que tenemos hoy no hemos encontrado una fórmula que equilibre participación y limite a su vez la incursión vacía de quienes se motivan por la ambición y la codicia.

En la reciente elección la participación de tres nuevos partidos pudo ahorrársele a una sociedad mexicana que mostró poco apego por las nuevas opciones. PES, Fuerza por México y Redes Sociales Progresistas fueron expulsados de forma expedita de la vida electoral, en gran medida por la pobreza en su propuesta y por la nula selectividad de perfiles, misma que derivó en casos lamentablemente ridículos. No estar a la altura de la demanda social implica que el estudio de la conveniencia de abrir indiscriminadamente la puerta a nuevas fuerzas políticas sea de las primeras asignaturas de los noveles legisladores.

¿Son en realidad necesarios tantos partidos políticos para fortalecer nuestra democracia? La primera respuesta ante los resultados y ejemplos seguro sería un contundente no: no, porque se incumple con el cometido de crear valiosos nuevos cuadros al no contar con esquemas de selección de candidatos con bases de mérito y preparación; no, porque no existen los candados suficientes para evitar el lucro de sus dirigencias con recursos públicos; no, porque no se contribuye a la generación de acuerdos ni a la gobernabilidad con un sistema atomizado donde lo que reina es la venta de posturas y favores hacia el poder; no, porque antes que seguir fomentando la aparición de fuerzas políticas con cimientos de barro está la tarea de fortalecer mediante la exigencia y la adecuación legal a las ya existentes.

Un México cuyos núcleos divisorios se anclan en la izquierda y la derecha no tiene tiempo que perder en una difusa oferta que orbita en esos polos, si es que no están revestidos de real consistencia ideológica, oferta empática con la problemática social, soporte de militancia preparada y dirigencias con altura de miras y vocación de auténticos demócratas.

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