Resulta interesante referirnos a uno de los participantes que sostienen a la alianza de partidos engarzados en un objetivo opositor. Y no es tema menor ya que, de la recomposición de uno de sus soportes políticos más resonados, mucho dependerá el éxito de una unión efectiva que en un futuro sea competitiva en lo electoral. ¿Y cómo dejar a un lado lo que corresponde a un partido político entrado en años? Un octogenario tardío que, con tumbos y resurrecciones, ha sido componente y actor en la historia misma del país.
El Partido Revolucionario Institucional es aquel que vive una de las más peligrosas tormentas que lo ponen cerca del abismo de la extinción. Sin embargo, a pesar de lo estridente que resulta la crisis provocada por su dirigencia, este no es un tema que solo tiene que ver con el personaje que ahora cumple con la función de encabezar la presidencia del Comité Ejecutivo Nacional. Verlo de esa forma sería sumamente simple y equivale a colocar en supremacía a los individuos y no a las instituciones. Presidentes del Comité irán y vendrán. Instituciones políticas fincadas en ideología y principios permanecen.
El hondo bache en el que se encuentra el PRI deviene de una larga cadena de sucesos. Aproximándonos a un pasado próximo, encontramos ese en 2012, cuando una sociedad mexicana le concedió a dicho partido una nueva oportunidad después de dos sexenios de ausencia en la máxima silla del poder. El desencanto promovido por un partido frívolo, carente de autocrítica y empecinado en defender un pasado turbio derivó en un nuevo divorcio. El enojo encauzado por un movimiento que en su núcleo siempre ha tenido la misma genética fue un catalizador poderoso que poco a poco encauzó una sangría del PRI hacia otro PRI que solo se diferenciaba en los colores que portaba en el pecho.
Crisis
MORENA desangró al PRI en sus estructuras y militantes conforme se percibía una derrota en las urnas instaladas en ese 2018. Más pronto que un parpadeo la nueva realidad había alcanzado a un tricolor que se supo huérfano desde que el abandono de las cúpulas fue evidente. Se dinamitaron las elecciones desde lo local y se dejó morir a candidatos a presidentes municipales, diputados locales y a diputados federales. El acuerdo para dejar una ancha carretera que encumbrara a una fuerza política distinta al PRI, a cambio de favores e impunidad se había fraguado.
Es pertinente recapitular sobre lo que Luis Rubio, connotado columnista y académico, analiza en su obra El acertijo de la legitimidad. Un partido político que carece de paternidad en el poder generalmente desata todos los nudos que lo contenían en ese cerco de institucionalidad. A su vez, en esa carrera frenética por volver a las curules y mandos, es proclive a cambiar legitimidad y consistencia, a cambio de pragmatismo. Y algo hay que subrayar: nadie más pragmático que el exgobernador de Campeche quien vio en el partido tricolor una balsa de salvamento político sobre la cual hoy navega en las turbulentas aguas.
La alianza conformada entre las distintas fuerzas políticas por igual cumplió con una finalidad pragmática y conveniente: sumar apoyo para no ser derrotados en lo individual. Sin embargo, hoy se enfrenta a una decisión fundamental para su supervivencia hacia el 2024: ¿qué hacer con esa pústula purulenta en que el PRI se ha convertido? Con una soberbia desmedida, el dirigente nacional de aquel instituto se aferra a la presidencia después de haber acomodado convenientemente toda la arquitectura del partido para hacer de él un club de amigos e incondicionales. Se perdió el hilo conductor de la ideología y se violó el acuerdo que algunos ciudadanos le confiaron. Se ha borrado en una diatriba defensiva que a la alianza le empezará a pesar como un ancla hacia su cometido electoral. El escenario es de cerrazón absoluta y a pesar del discurso útil, se crean narrativas fantasiosas y poco creíbles. La presumida unidad en tal partido solo existe en el autoengaño de aquellos que aún pasan lista en su nómina.
Mientras otras fuerzas políticas ya tienen una terna de candidaturas viables, el PRI jala hacia abajo a una alianza que, con poca consistencia, poca oposición representa.