A dos décadas y media del boom por el cual se generalizó el uso del internet mucho se ha avanzado en diversas temáticas tangenciales que involucran derechos individuales. Sin embargo, hay temas que de manera recurrente se ponen sobre la mesa sin que se llegue a una resolución definitiva en lo que al acomodo dentro del esquema jurídico nacional respecta.
Una de esas cuestiones tiene que ver con la libertad de expresión y las redes sociales, sobre todo en un momento donde quien fuera personaje central de una discusión mundial en el tema reaparece con brío renovado para engrosar el catálogo de opciones de estas plataformas de expresión: Donald Trump lanza al mundo de aplicaciones su red social Truth Social en un intento de bordear la prohibición que se le impuso debido a su “impetuoso” estilo de diálogo en redes, además de que en muchas ocasiones se estimó que sus dichos fueron falaces y tendenciosos.
Esta nueva red social, que adelanta se parecerá mucho a Twitter, genera una muy elevada expectativa que trastoca a su vez temas fundamentales. ¿Cómo vamos a abordar de manera definitiva un tema esencial en un contexto vertiginosamente cambiante?
Resulta irónico que aquellos espacios virtuales concebidos para propiciar la discusión y el planteamiento de posturas diversas ahora sean los que con mayor ahínco promueven la censura y la restricción del diálogo abierto en esa nueva plaza pública. Las medidas que las empresas dueñas de estas redes han impuesto bien pueden rayar en coartar un derecho humano mediante el bloqueo de cuentas, la eliminación arbitraria de posteos o la restricción de publicación de cualquier material con base en un criterio opaco y altamente discrecional.
Esquema
He ahí un punto de inflexión respecto de lo que tradicionalmente llegamos a concebir respecto de la libertad de expresión. Tradicionalmente la regulación en la materia se había visualizado en un plano de dualidad, donde la relación de actuación se ciñe a dos protagonistas, el Estado y los hablantes. Ahora tenemos que añadir a un tercer componente que viene a configurar el nuevo modelo triangular de esa relación, donde contamos con el ingreso de las compañías manejadoras y dueñas de las redes sociales. Si bien estas se encuentran sujetas al régimen de Estado de Derecho en que las mismas se despliegan, ante una todavía relajada normativa en la materia aprovechan el hueco para volverse sobrereguladoras de la libertad individual de expresarse mediante sus propias reglas.
De tal dimensión es el asunto, que incluso el propio Mark Zuckerberg expresa la posibilidad —proveniente de la constante demanda social— de que exista un organismo u organismos independientes que sean donde se gesten las decisiones sobre la censura y tengan a su vez rutas de actuación y apelación de decisiones. De tal postura se ha avanzado en el afianzamiento de consejos reguladores de contenido, sobre todo para Facebook, que actualmente solo dotan de cierta legitimidad en los casos de censura existentes.
Sin embargo, se requiere de un enfoque integral que dote al Estado de una participación armónica al derecho constitucional de expresarse, que a su vez reduzca la unilateralidad de la decisión empresarial en torno de contenidos y que encauce positivamente al ciudadano hacia la expresión edificante y alejada de lo tendencioso o falso.
Si algo pudiésemos agradecerle a Trump en esta incursión comercial es que se reaviva una necesidad de consenso y regulación que queda sumamente corta ante la realidad. No es negociable, renunciable ni desdeñable el derecho a expresarse libremente; está previsto en nuestra Constitución y en el derecho internacional. Esa libertad se acota por límites legales públicos, justificados en el ejercicio del derecho ajeno y en la conservación del orden y bienestar público. Hasta ahí el esquema que había funcionado para un mundo de dos dimensiones. ¿Qué pasará ahora con otro tipo de modalidades de comunicación como la realizada a través de la realidad virtual que propone el Metaverso? Si no saldamos temas primarios como esa acotación perniciosa a la libertad de expresión, seguramente nos vamos a rezagar de manera considerable en lo que ya, en tiempo presente, evoluciona sin retorno.