El ejercicio democrático y las elecciones, entendidas como principales mecanismos de participación y canalización de la demanda social, no son ajenas al impacto que frontalmente recibieron en conjunto la política y las instituciones democráticas en el mundo por la pandemia de Covid-19.
Así, en muy poco tiempo la manera en la que estábamos acostumbrados a transitar por una elección concurrente cambió en sustancia hacia formas que vinculan al potencial votante a una dinámica de atracción por parte de los partidos políticos que, debemos subrayar, en la mayoría de los casos nada tuvieron que ver con una propuesta electoral de fondo.
Y aunque sobradamente se hace énfasis en lo trascendente que resultan estas elecciones para el país en conjunto, poco parecieron entender partidos, dirigentes y candidatos, para quienes fue más importante la exaltación de adeptos personales y la retahíla de acusaciones hacia los contrarios, que en verdad construir desde el disenso una propuesta viable para el país.
Difícilmente encontramos un planteamiento claro, asimilable y atingente a un robusto catálogo de pendientes para los cuales tenemos un tiempo perentorio como nación. La necesaria reactivación económica, la funcionalidad del sistema de salud, el combate al crimen son los trazos gruesos de la problemática visible en el lienzo del país. Y mucho se puede hacer en un momento de oportunidad, como lo es la reconfiguración del poder local, así como la definición en la composición del Legislativo federal; pero a pesar de ello muchos insistieron en nadar en el vacío y hacer del ruedo electoral un verdadero circo causante de pena ajena. Tal dinámica llega en mal momento para la política mexicana.
Responsabilidad
Con constancias de superficialidad e ignorancia en el campo de la política se envilece la competencia y no se centra al elector en lo que realmente se encuentra en juego. A pesar del creciente rechazo hacia los políticos medible en encuestas, la democracia se sostiene como la ruta predilecta para el acceso y ejercicio del poder mismo. Desde 2004 los niveles de aceptación del sistema democrático superan 50% entre la población mexicana. De igual manera, según el Proyecto de Opinión Pública de América Latina (LAPOP) para 2019 este apoyo se incrementó hasta en 8 puntos porcentuales, así como la satisfacción de los mexicanos hacia el sistema de gobierno.
En lo concerniente a la confianza la ventana de oportunidad es breve para aquellos que ahora transitan en el sendero electoral como candidatos, así como aquellos a quienes se confiere la calidad de “políticos”. Esta aseveración se apoya en los datos de la Encuesta Nacional de Impacto Gubernamental 2019, donde partidos políticos y actores del ramo reciben una concesión de confianza que tan solo ronda 17 por ciento.
Ante un reto electoral donde se encuentran en juego poco más de 21 mil puestos de elección la asimilación de dicha dimensión de trascendencia debiera generar una dinámica electoral de mayor provecho que sin embargo, a pesar de no haberse encontrado con claridad, constituye un objetivo deseable para lo venidero.
La política no puede ser patrimonio de improvisados ni irresponsables. La política en lo general y la política electoral en lo específico merecen perfiles que por conocimiento, preparación, actitud y templanza se encuentren a la altura del reto que se les impone. Acostumbrarnos y normalizar la ignorancia y el ridículo de algunos en aras de fortalecer los credos sobre proyectos o partidos en la actualidad tendrá un costo de irreversibles consecuencias, donde la sinrazón y el desprecio por la democracia también son corolarios posibles.
Sufragar responsablemente debería además revestirse de la convicción de votar no solo en la idea mediocre de estar “menos peor”, de que se robe menos o de que la corrupción y los problemas de ancestral repudio solamente cambien de dueños y protagonistas. Se debe votar para conseguir soluciones contundentes y definitivas, no para administrar la nueva decepción enmascarando la realidad. Se debe generar la conciencia necesaria para entender que lo que hoy se identifica como privilegio de pocos debiese en realidad ser el derecho universal de todos. Se vota por futuros justificados con rutas posibles, no por raquíticos goteos de esperanza. Se vota por hacer patria y horizonte… Votemos, mexicanos.