Los datos despejan dudas. El servicio europeo Copernicus reportó que agosto de 2025 fue el tercer agosto más cálido del mundo; la agencia estadunidense NOAA confirma el mismo lugar en su serie que inicia en 1850. Y el periodo enero–agosto de 2025 fue el segundo más cálido jamás observado. Ya no hablamos de un episodio local, sino de una tendencia que presiona redes eléctricas, ciudades, hospitales y cadenas de suministro en varios continentes a la vez.
La economía ya puso cifra al calor. Allianz Research estima que las olas de calor pueden restar 0.5 puntos al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) de Europa en 2025; en países muy expuestos el golpe sería mayor (hasta -1.4 puntos en España, por ejemplo). Su regla de estimación es brutal y útil: un día por arriba de 32° C equivale a medio día de huelga en términos de producción. Para empresas y haciendas públicas eso significa ingresos perdidos, pólizas más caras y obras que se atrasan, aunque no haya paro.
El mercado laboral también tiene su contabilidad. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calculó que para 2030 se perderá el equivalente a 2.2% de las horas de trabajo por estrés térmico, algo así como 80 millones de empleos de tiempo completo a escala global. Es una proyección conservadora —asume sombra y cierto nivel de protección—, pero aun así sirve para planear: si el calor roba horas hay que blindar la productividad con organización, tecnología y salud ocupacional.
¿Dónde pega primero? En tres frentes. Uno, la productividad: construcción, campo, logística a cielo abierto y buena parte de la economía informal trabajan justo donde el termómetro quema. Sin protocolos ni horarios flexibles, la merma se vuelve regla. Dos, la energía: el aire acondicionado salva vidas, pero dispara picos de demanda y riesgo de cortes cuando coincide con mantenimiento o redes saturadas. Tres, los seguros: el “riesgo físico” por calor ya se refleja en primas y deducibles, desde salud laboral hasta interrupción de negocio.
México
Las ciudades son el tablero más inmediato. La isla de calor urbano castiga más a barrios densos y con poca sombra, justo donde viven quienes dependen del transporte público o trabajan al aire libre. Adaptar ciudades en serio no es plantar árboles al azar: es hacer infraestructura térmica: toldos y sombras bien diseñadas en paradas, techos reflectantes, patios escolares arbolados, pavimentos que no irradien como plancha y refugios climáticos identificados por colonia. El retorno social de esas obras es mayor si se prioriza donde hay más vulnerabilidad y exposición.
¿Qué hacer desde México —empresas y gobiernos— para que el próximo verano no nos tome en curva?
1) Horarios y calendarios inteligentes. Obras y mantenimientos críticos deben moverse a ventanas térmicas (muy temprano o nocturnas). En la administración pública, los trámites de alta demanda se programan en horas frescas o se digitalizan.
2) Indicadores en tiempo real. Igual que miramos el tipo de cambio, miremos alertas térmicas locales con semáforos por municipio. Si sabemos que mañana habrá 40° C con humedad alta, las empresas ajustan turnos y los ayuntamientos adecuan servicios.
3) Energía y respaldo. Planes de respuesta en demanda para industrias y comercios (incentivos por bajar carga en picos), mantenimiento preventivo antes del verano y respaldo mínimo en hospitales, agua potable y telecomunicaciones. El calor extremo sin kilowatts es crisis, no incomodidad.
4) Compras y obra pública “a prueba de calor”. Techo reflectante, sombra, ventilación cruzada, materiales de alta reflectancia y árboles nativos deben ser requisitos en escuelas, mercados, clínicas y paraderos. No es “verde”, es económico: baja consumo, evita ausentismo y reduce riesgos legales.
No se trata de adornar discursos climáticos: se trata de gestión. En 2025 el planeta nos dio un aviso contable: el calor cobra en crecimiento económico, horas trabajadas, pólizas, energía y salud. La buena noticia es que hay margen de maniobra si asumimos que el verano extremo dejó de ser sorpresa. Lo responsable no es negar ni exagerar, sino organizar la economía para seguir produciendo sin poner en riesgo a la gente. Esa es, al final, la independencia que importa: la de poder trabajar y vivir con dignidad en un país que se prepara para el calor que ya llegó.