Mientras que en el país las batallas parecían fijar a ojos de la población el rumbo de la Revolución mexicana, afuera el conflicto se manifestaba en otros frentes. En espacios donde el combate con armas no era más relevante que un telegrama con información vital o el buen trabajo de un espía o saboteador.
La frontera entre México y Estados Unidos fue el escenario de conspiraciones, rebeliones y el intento fallido de armar un movimiento contrarrevolucionario.
Al ser una zona estratégica, distintas facciones la abrieron como frente de contienda, pero de una manera secreta y a escondidas, con la clandestinidad de protagonista.
La derrota de Victoriano Huerta en 1914 no apagó a sus partidarios. A lo largo de la línea México-EU comités huertistas reunieron miles de simpatizantes y reclutaron incluso a ciudadanos estadunidenses con la idea de reingresar armados a nuestro país y restaurar el antiguo régimen.
El proyecto, sin embargo, chocó pronto con un sistema de inteligencia transnacional que combinó redes consulares mexicanas y agencias federales norteamericanas.
Desde finales del siglo XIX los consulados de México en Texas, Nuevo México y Arizona habían tejido un servicio telegráfico que permitía informar casi en tiempo real sobre movimientos sospechosos. Un telegrama enviado por un agente consular en Roma, Texas, en octubre de 1914, ilustra la coordinación: advertía que un tal Antonio Ramos era “un elemento PELIGROSO, MUY PELIGROSO” y recomendaba vigilarlo de cerca, pues sería aún más dañino si cruzaba la frontera. Bajo Carranza este dispositivo, heredero del porfirismo, se mantuvo activo; cónsules en distintas ciudades fronterizas siguieron a potenciales cabecillas y filtraron informantes en sus círculos.
Tablero
Washington pasó de la indiferencia a la sospecha cuando Huerta desembarcó en Nueva York en 1915. El Departamento de Justicia interceptó su correspondencia, vigiló sus hoteles y finalmente fue detenido para impedir que se convirtiera en un factor influyente de nuevo.
La prensa fronteriza reflejaba el ambiente: un ciudadano estadunidense describía lobbies de hoteles repletos de “caras de hombres con ojos afilados… espías mexicanos, federales y rebeldes” y aseguraba que ninguna población estaba libre de ellos.
El espionaje no era exclusivo de uniformados. Según la historiadora Victoria Lerner muchas mujeres inmigrantes actuaron como agentes, algunas dobles, obteniendo salvoconductos, vigilando a opositores o atrayéndolos a emboscadas. Los hombres, mexicanos, mexicoamericanos y estadunidenses, compraban armas, gestionaban fondos y decidían según sus intereses o ideologías apoyar a carrancistas, villistas o convencionistas. Hoteles, cantinas y estaciones de tren se convirtieron así en nodos de una guerra encubierta.
La eficacia de estas redes frustró la conspiración huertista. Entre consulados que delataban, periodistas que exponían nombres y rangers que patrullaban, el espacio fronterizo demostró que no solo las batallas podían decidir la suerte de una causa política… si se seguía la violencia o no fue otra cuestión.
Así, pues, telegramas, declaraciones y expedientes detuvieron al huertismo en el exilio, sin batallas formales. Revelaron además que la frontera fue tablero de suma importancia en la Revolución mexicana.