En junio de 1867 el célebre escritor francés Victor Hugo, autor de Los miserables, escribió una carta a Benito Juárez con la intención de evitar la muerte de Maximiliano de Habsburgo.
Atento a la situación que se desarrollaba en México, le comentó a Juárez que tras el triunfo de la República mexicana perdonarle la vida al emperador caído enaltecería los valores de esta: “Escuchad, ciudadano presidente de la República mexicana: vos acabáis de demostrar el poder de la democracia; ahora mostrad su belleza. Después del rayo, mostrad la aurora… Juárez, haced que la civilización dé un paso inmenso. Abolid sobre toda la tierra la pena de muerte. Que el mundo vea esta cosa prodigiosa…”
Se trataba de un fragmento que ponía de relieve el pensamiento del autor con respecto al republicanismo; sin embargo, para su desgracia, la carta llegó después de la ejecución de Maximiliano. El triunfo de la República mexicana pareció necesitar la muerte del austriaco para consumarse; sobre las razones de ello hay varias interpretaciones.
La ejecución de Maximiliano y la carta de Victor Hugo muestran una problemática sugerente en torno de la pena de muerte y sobre la idea de si hay ejecuciones permitidas o no.
Sombra
La muerte es un fenómeno interesante no solo porque su esencia es el final de la vida, de la existencia, sino también por lo mucho que nos preocupa a los seres humanos ese final. Nos acompaña a lo largo de nuestra vida; sabemos que está ahí, unos más conscientes que otros, pero solamente se nos presenta una vez.
A lo largo de la historia diversas culturas la han interpretado de formas distintas e incluso algunas han aprendido a convivir con ella.
Sin embargo, desde los primeros grupos humanos la hicimos parte de nuestra forma de resolver conflictos por medio de la violencia. Ello resulta contradictorio, porque al mismo tiempo se la reglamenta para prohibirla ante la necesidad de preservar una sociedad ordenada, se le asignan contenidos morales y se la administra: aunque está mal visto matar, se permite que ciertas instancias puedan llevarlo a cabo.
La muerte cometida entre seres humanos rodea a la sociedad hasta tal grado, que esta ha llegado a normalizarla. ¿Y qué se puede esperar si así está la situación?
Es una creencia común considerar que solo la muerte es la respuesta contra la muerte. Así, piensan que se puede matar a alguien porque ese alguien, o el grupo al que representa, actuó de la misma manera. Esta gente cree en la idea de muertes justas.
Lo mismo ocurre con quienes apoyan la pena de muerte… y, vaya, se trata de un número muy alto de personas. Otros, más optimistas, consideran que el problema radica en la falta de educación. Existen numerosas propuestas, hipótesis, teorías e ideas, entre muchas otras, sobre la muerte y la manera de administrarla.
Regresando a aquella “belleza de la democracia” de la que hablaba Victor Hugo, esta aspiraba a que la ejecución quedara como algo del ayer, una sombra de los regímenes pasados. Gobiernos democráticos hay muchos, pero a menudo no necesitan grandes justificaciones para cometer o permitir ejecuciones, matanzas y genocidios.

