LEALTADES POLÍTICAS

“¿Qué ocurre cuando estas actitudes no son recompensadas?”

Ignacio Anaya
Columnas
LEALTAD POLÍTICA

En la política la lealtad es un pilar fundamental de cualquier idea, comunidad o personaje dentro de dicho ámbito. Se concibe como una virtud, más que otra cosa; por ejemplo, ser leal a una causa. No obstante, es un concepto bastante complejo que se presta a una gran cantidad de significados que cambian según el paso del tiempo o por diferentes perspectivas.

¿Qué figura en el poder no exige de su gente más cercana un alto grado de lealtad? En varios casos incluso raya en el fanatismo, uno tan peligroso para toda sociedad. Asimismo, se suele mezclar con la idea de fidelidad.

La enciclopedia británica define la lealtad política como la “devoción e identificación con una causa o una comunidad política, sus instituciones, leyes básicas, principales ideas políticas y objetivos generales de política”. Tal vez agregaría que en determinadas ocasiones todos estos términos convergen en un individuo, con todo lo que esto implica. Ha sido instrumentalizada y manipulada para garantizar una adhesión ciega a un partido o líder.

Los líderes, con una cierta astucia, a menudo exigen lealtad sin ofrecerla a cambio. Por otro lado, los súbditos leales esperan una recompensa por ser fieles a sus “amos” durante todo este tiempo. Para ellos es simplemente un medio para un fin; un seguro para mantenerse en el poder.

A lo largo de la historia la lealtad se ha concebido de diferentes maneras. En ocasiones estaba atada al honor, mientras que en otras a un cierto tipo de amor, más parecido a lo que ahora se entiende por fidelidad. También podía ser romantizado como una virtud, al igual que estar atado a cuestiones de rangos militares o linajes. Ciertamente, es un concepto que da para mucho.

Utilitarismo

En México, aunque claro no es la excepción, la lealtad en la política se mide con el control y el servilismo. Pero ¿qué ocurre cuando estas actitudes no son recompensadas? ¿Acaso se entiende como una traición cometida por el amo y señor, evidenciando el carácter transaccional de esta “virtud”? En este escenario, dicho concepto no es más que un espejismo, una quimera que se desvanece en cuanto se confronta con la cruda realidad de la ambición y el egoísmo.

Si bien es cierto que en la historia la lealtad ha coqueteado con nociones como honor y amor, en la práctica contemporánea, especialmente en terrenos tan convulsos como la política mexicana, esos románticos ideales a menudo son suplantados por un utilitarismo descarnado. En este marco, el líder, ese “amo y señor” del tablero político, deviene en un mercader de lealtades, comprando adhesiones y vendiendo traiciones al mejor postor, todo mientras se adorna con el manto de la rectitud.

Si la lealtad es, como sugiere la Enciclopedia Británica, una devoción y una identificación, tal vez deberíamos reflexionar sobre a qué o a quién realmente estamos siendo leales.

Porque en el mundo de la política, donde las líneas entre aliados y enemigos se difuminan con facilidad, las verdaderas lealtades residen no en la devoción ciega a un líder o una causa, sino en la fidelidad a principios éticos y morales que trasciendan el oportunismo del momento.