El manojo de cilantro a 20 pesos y el litro de leche a casi 30. Ese pequeño golpe en el mercado, casi insignificante en el gran esquema de las finanzas nacionales, es quizás el símbolo más honesto de la economía mexicana hoy, en julio de 2025.
Mientras los datos oficiales celebran un tipo de cambio robusto que ronda en los 18 pesos por dólar, en las cocinas de todo el país la calculadora no miente. La fortaleza macroeconómica que se presume se siente lejana, un espejismo en el desierto del gasto semanal.
En la Secretaría de Hacienda y en los corrillos oficialistas las cifras son motivo de celebración. La narrativa del gobierno se sustenta en pilares que, en el papel, son impresionantes. Se destaca una Inversión Extranjera Directa (IED) que impulsada por el fenómeno del nearshoring ha roto récords, prometiendo miles de empleos y un futuro industrial brillante para los corredores del norte y el Bajío.
El peso, apodado “superpeso”, se ha mantenido como una de las divisas más resilientes del mundo frente al dólar, un escudo contra la volatilidad externa y un supuesto ancla para la inflación.
Debemos poner en el tamiz del análisis si esto es una prueba irrefutable de una gestión económica exitosa. Se ha estimado que un peso fuerte abarata las importaciones, contiene la inflación y proyecta una imagen de estabilidad que atrae aún más capital. Es un círculo virtuoso, generalmente es el argumento. Sin embargo, este relato omite una variable fundamental en la ecuación: el ciudadano de a pie.
La pregunta clave es: ¿la fortaleza del peso ha traspasado los umbrales de los mercados financieros para instalarse en los bolsillos de las familias?
Medida
La respuesta se encuentra al bajar de las conferencias de prensa al mercado sobre ruedas. Ahí, el velo macroeconómico se desvanece. Según cifras recientes de organismos como el Coneval el costo de la canasta alimentaria básica mantiene una tendencia al alza que supera con creces la inflación general oficial, situada en 4.32% conforme a los más recientes datos del INEGI. Pero el precio del pollo, el huevo, la tortilla y las legumbres sigue una lógica propia, una “inflación de a pie” que no entiende de tipos de cambio.
El desafío no termina en la comida. Existe una inflación silenciosa, menos visible pero igualmente corrosiva, en el sector servicios. Las rentas en las ciudades medias han experimentado aumentos de hasta 20% anual; las colegiaturas no dan tregua y el costo del transporte público, aunque subsidiado, representa una porción cada vez mayor del ingreso para millones de trabajadores que integran la economía formal e informal. Para ellos el nearshoring es un concepto abstracto y el “superpeso” es simplemente un titular que no paga las cuentas.
Esta desconexión entre el México de las cifras y el México de las familias no es solo una anécdota, es una advertencia. Mantener un tipo de cambio artificialmente fuerte mediante altas tasas de interés puede a mediano plazo enfriar la economía interna y encarecer el crédito para las pequeñas y medianas empresas, que son las mayores generadoras de empleo. La estabilidad que se vende puede ser, en realidad, un espejismo costoso.
La aparente fortaleza del peso no necesariamente responde a una bonanza estructural interna, sino en buena medida a condiciones externas y a la búsqueda global de refugios de rentabilidad. Así, el llamado “superpeso” es el resultado de una combinación de política monetaria restrictiva, entrada sostenida de capitales y un entorno internacional que hasta ahora juega a favor de la moneda mexicana.
Al final del día la verdadera medida del éxito económico de una nación no reside en la cotización de su moneda en los mercados internacionales: reside en la capacidad de una jefa de familia para surtir su despensa, en la oportunidad de un joven para pagar su renta y en la tranquilidad de un trabajador porque su salario rendirá hasta el final de la quincena.
Es oportuno ver más allá del brillo del “superpeso”. ¿Estamos construyendo una economía robusta para los informes de los bancos de inversión o una economía resiliente para las familias mexicanas? La respuesta, por ahora, penosamente sigue estando en el precio del cilantro y de la leche.