SANTA, CURANDERA Y SÍMBOLO DE UN LEVANTAMIENTO

“Una faceta de la historia mexicana”.

Ignacio Anaya
Columnas
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“Hace dos años santa Teresa se percató por primera vez de sus poderes de sanación, que le permitieron curar toda clase de afecciones. Las noticias de su poder pronto llegaron a las comunidades yaquis y mayos, que la visitaron en grandes cantidades”. Esta nota publicó el New York Times el 16 de junio de 1892.

Así como en este periódico, el nombre de Teresa Urrea apareció en muchos medios. La fama que alcanzó generó numerosos titulares en Estados Unidos.

Una santa para sus seguidores, sin importar la clase social; hereje para la Iglesia católica; y figura incómoda, de esas que agitan masas, para el gobierno de Porfirio Díaz.

Teresa Urrea nació en 1873 en Ocoroni, Sinaloa, siendo hija ilegítima del hacendado sonorense Tomás Urrea y de una mujer de origen indígena (tehueco o yaqui, según diferentes fuentes) llamada Cayetana Chávez. Desde pequeña aprendió sobre las técnicas de curación de los pueblos originarios; pero su verdadero salto de la vida terrenal al mundo de los milagros lo dio en octubre de 1889, cuando a los 16 años sufrió un coma.

En las historias de personajes que adquieren habilidades excepcionales en el plano espiritual, despertar después de un trance o accidente conlleva el comienzo de dichos poderes. Teresa no fue la excepción. No tardó en hablar de sus visiones y profecías, que se dirigían a la labor de curar a los enfermos.

La historia de sus milagros se expandió por el norte del país como las arenas de sus desiertos. Las masas, en su mayoría comunidades indígenas, acudían a verla a su hogar en el rancho Cabora, Sonora.

Emblema

¿Por qué se convirtió en un peligro para el gobierno federal? Ella siempre negó participar en las rebeliones que hubo a finales del siglo XIX en los estados fronterizos, pero consciente o no se había convertido en un símbolo de resistencia para los pueblos originarios de la región, varios de los cuales habían sufrido la represión de la administración de Díaz. La cercanía de Teresa con estas poblaciones y sus predicaciones la convirtieron en el emblema de una revolución. La gente se rebelaba bajo el nombre de santa Teresa. Para el periodista Lauro Aguirre ella era la única capaz de hacer frente al dictador. El tiempo reveló que aún no era el momento para desenfundar las armas. Entre las consecuencias estuvo el levantamiento en el pueblo de Tomóchic en 1892, que terminó en una masacre por parte de los soldados federales contra hombres, mujeres y niños.

La historia de santa Teresa no se limita al territorio nacional. Junto con su familia fue exiliada a Estados Unidos, donde ya se conocían sus milagrosos actos. Su vida también es un relato de cambios a raíz de la frontera; en el país vecino fue vista como una celebridad, atendiendo a todo tipo de personas por igual, desde los mexicanos de sus barrios hasta a las autoridades de las ciudades.

Su técnica, que tanto asombró a las masas y medios estadunidenses, se basaba en métodos de curación propios de los pueblos originarios.

La figura de santa Teresa, más que la de una simple sanadora, se convierte en un símbolo de resistencia y en un fenómeno que trasciende fronteras, abrazando tanto a los oprimidos en México como a los fascinados en Estados Unidos.

A pesar de las rebeliones que surgieron en su nombre no presenció la revolución que consumió al país durante casi una década, ya que la tuberculosis se la llevó en 1906. Su influencia desencadenó la ira del gobierno y la devoción de las masas, mostrando una faceta de la historia mexicana a menudo oculta.