EL VALOR PERENNE DE LA LIBERTAD

“La libertad de expresión está sujeta a los contextos”.

Esaú Sánchez
Internacional
LIBERTAD

Las tecnologías modifican nuestra manera de vivir y comunicarnos, cambios que refrendan la necesidad de analizar lo que significa ser verdaderamente libres de pensar y expresarnos.

¿Cuál es la afirmación más disparatada que se puede imaginar? ¿Que la Tierra no es redonda ni plana, sino que tiene forma de pepino? ¿Que la selección de futbol de San Marino podría golear sin ningún problema a la España que ganó el Mundial? ¿O que cualquier verso de McGonagall es superior a todos los de Rilke, Milton y Octavio Paz?

Da igual: en la medida en que dicha afirmación permanezca como un pensamiento, es usted libre de imaginar lo que quiera, incluso si va en contra de la realidad, de su religión, de la ciencia, de alguna postura política o de la moral.

Más aún, puede usted pensar lo que quiera y, stricto sensu, nadie tendría razón para interferir en ello: es usted libre de pensamiento.

Forum internum

Para René Cassin, uno de los principales redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la libertad de pensamiento constituye el sustento y “origen de todos los demás derechos”.

En otras palabras, los procesos del forum internum a través de los cuales elegimos qué pensar y qué asumimos como verdad son nuestras posesiones más invaluables.

La propia declaración de la ONU reconoce en su artículo 18 que “toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia”.

En consecuencia, al ser libre de y para pensar existe una suerte de privacidad mental sobre la que se sustentan, entre otras cosas, el derecho a no revelar los pensamientos, a no ser castigado por lo que se piensa, a no sufrir alteraciones sin su consentimiento de lo que piensa, y el famoso “tiene derecho a guardar silencio”.

Pero imagine que es usted una o un verdadero fan de McGonagall y que cruza por su mente la maravillosa idea de compartir, a través de sus redes sociales, que Piedra de Sol, de Octavio Paz, es en realidad una de las mayores afrentas a la poesía mundial y la lengua española. Mientras escribe recuerda que su hija, una gran lectora de Paz, verá su publicación, lo que podría desembocar en una incómoda discusión con ella. Así que decide autocensurarse, modifica su escrito y, a lo mucho, comenta usted que el escocés fue en vida superior a muchos en muerte.

Esa mirada ajena a la que nos hemos acostumbrado gracias a la web constituye un serio problema para todo aquel que defienda la libertad de pensamiento y quiera establecer marcos jurídicos o andamiajes legales.

A finales de 2021, por ejemplo, la Oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas (ACNUDH) publicó un reporte donde señala que “debido al uso acrecentado de nuevas tecnologías para obligar a las personas a revelar o alterar sus pensamientos” es necesario profundizar y establecer los alcances de libertad de pensamiento.

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Más aún, en cuanto a la vigilancia derivada de los nuevos sistemas de seguridad y de las propias redes sociales el reporte indica que “los individuos modifican su comportamiento cuando saben que son sujetos de observación”. Lo anterior se traduce en una autocensura multifacética a través de la cual cambia lo que escriben, lo que leen y, naturalmente, lo que piensan.

Pero el detrimento de la libertad de pensamiento no solo surge a partir de la vigilancia tecnológica y absoluta, panópticos vivos de Bentham y Foucault, sino que también se da en virtud de los sesgos a los que nos exponemos en la escuela, en la casa o en el día a día.

Según el reporte de la ACNUDH hay por lo menos 32 países del mundo donde la educación está fuertemente ligada a las creencias religiosas y no hay alternativas de conocimiento secular. “Elegir algo fuera de estos programas obligatorios en escuelas públicas resulta desafiante o no disponible en varios contextos; y hay algunos sistemas educativos con base en ideologías que disuaden el pensamiento crítico e independiente en su totalidad”, detalla.

Inmersos en una era digital, donde el conocimiento del mundo está en la palma de una mano, resulta contradictorio imaginar que coartamos nuestra libertad por los otros, por lo que puedan decir o lo que puedan pensar. Esas tecnologías que se han difundido como promotoras de la verdad, de la seguridad y de la libertad eventualmente terminan por modificar nuestras formas de ser en el mundo.

Autonomía

La modernidad occidental nació dos veces, de dos padres distintos. La primera alrededor de 1605, con la publicación de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha; la segunda en 1641, cuando René Descartes publicó sus Meditaciones metafísicas.

Ambas, con propósitos muy distintos, dieron inicio al reinado del Yo: Descartes sumido en reflexión escribe cogito ergo sum (“pienso, luego existo”, en latín) y establece la importancia capital del pensamiento; Cervantes, por su lado, da vida a un héroe cuya verdad y realidad vienen de sus ideales, exaltando la voluntad humana por sobre todo lo demás.

Tanto el francés como el español presentan una interioridad autónoma, distinta del interior supeditado a lo divino de San Agustín o de Santa Teresa de Jesús, por ejemplo. En otras palabras, el interior moderno reflexiona y se despliega hacia lo otro, al exterior, gracias a su libertad para hacerlo; deja de ser un espacio de recepción de lo divino y pasa a ser un entorno de construcción de realidades morales, políticas y metafísicas.

Aunque filosóficamente el problema de la libertad siempre ha participado de esa antigua discusión sobre la posibilidad del libre albedrío ante el determinismo divino, el nacimiento del yo cartesiano provocó que años después Immanuel Kant llevara la libertad de la metafísica a la filosofía política: “Solo hay un derecho innato: la libertad”.

Para Kant la libertad en sentido político se entiende como la elección de lo que individualmente entendemos y pensamos como felicidad, y todas las acciones que ejercemos para alcanzarla. Pero es precisamente esa autonomía ganada en los albores de la modernidad la que se vuelve capital para su pensamiento ilustrado.

En ¿Qué es la Ilustración?, Kant muestra que la libertad está íntimamente relacionada con la capacidad y el valor de pensar por cuenta propia: “La Ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad, de la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la Ilustración”.

Además de promover y defender los ideales de la Revolución Francesa, el prusiano introduce la idea de un uso público y un uso privado de la razón: “Para esta ilustración no se requiere más que una cosa: libertad; y la más inocente entre todas las que llevan ese nombre, a saber: libertad de hacer uso público de su razón íntegramente”. Dicho uso público se entiende como una acción que se realiza para mejorar nuestro entorno y nuestra realidad social, incluso si va contra nuestras preferencias.

Pero un uso público también toma la forma de una queja: “El ciudadano no se puede negar a contribuir con los impuestos que le corresponden; y hasta una crítica indiscreta de esos impuestos, cuando tiene que pagarlos, puede ser castigada por escandalosa (pues podría provocar la resistencia general). Pero ese mismo sujeto actúa sin perjuicio de su deber de ciudadano si, en calidad de experto, expresa públicamente su pensamiento sobre la inadecuación o injusticia de las gabelas”.

Siglos después del texto de Kant, atravesados por Hegel, Sartre y muchos otros, nos encontramos con que la libertad de pensamiento se sustenta sobre la autonomía y la idea de lo privado. Así parece más evidente la gran diferencia entre pensar y expresar.

Expresión y opinión

¿Tiene Robinson Crusoe libertad de expresión? Náufrago de sociedad, aislado de un statu quo, ¿importa lo que diga? Si viajásemos a una isla desierta, ¿tendría sentido quejarnos, como indica Kant, de los modos y los medios de la recaudación fiscal? Quizás ahí da igual si pensamos que San Marino vencería 10-0 a la España de Vicente del Bosque, pero ¿decirlo importa?

Lawrence Alexander y Paul Horton, académicos y juristas estadunidenses, publicaron en 1984 un sugerente ensayo titulado La imposibilidad de un principio de libertad de expresión, donde hacían énfasis en señalar la multiplicidad de sentidos y significados de “expresión”, junto con los problemas que dichas diferencias suponen.

Escribir, hablar, dibujar, pintar, quemar banderas, pintar monumentos, componer, publicitar un artículo: todas son formas de expresión.

Y, sin embargo, precisamente por ello parece que hay algunas formas de expresión que vale más la pena reprender o defender: la libertad de expresión a través de la cual se critica a un gobierno puede ser más importante que la libertad de un artista conceptual con la que muestra la modernidad tecnológica a través de una escultura.

Más aún: si dos grupos con posturas distintas dialogan y expresan libremente lo que creen, rara vez elegimos no decantarnos por uno u otro; siempre elegimos. Ello da cuenta de que hay límites a la libertad de expresión, porque dichas expresiones siempre participan de un contexto social.

Lo anterior es atisbado por John Stuart Mill en Sobre la libertad, donde señala que “todo lo que da valor a la existencia de cualquiera depende de la aplicación de restricciones en las acciones de los otros. Por tanto, algunas reglas de conducta deben ser impuestas: por la ley, en primer lugar; y, luego, por la opinión en todas esas cosas que no son sujetos aptos para la operación de la ley”.

Finalmente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos sí contempla en su artículo 19 la libertad de expresión, pues establece que “todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión”.

No obstante, volviendo al apartado inicial, el artículo parece omitir las dinámicas sociales a las que nos hemos acostumbrado con las nuevas tecnologías, donde expresar algo en X (antes Twitter) conlleva la posibilidad de recibir comentarios, quejas, sugerencias y hasta amenazas de muerte.

¿Cuál sería la afirmación más disparatada que se puede imaginar? ¿Podría publicarla en alguna de sus redes sociales sin sentir incomodidad, sin limitarse? Cabe preguntarse si, contrario a la hazaña de Cervantes y Descartes, estas nuevas tecnologías se han convertido en las constructoras de la realidad: “publico, luego existo”.

Lo que no ha cambiado, y probablemente nunca lo haga, es la incalculable importancia de, como sugiere Kant, atrevernos a pensar por cuenta propia. Sapere aude. Solo así podremos ser dueños de nuestro efímero estar en el mundo.

“La Ilustración, una época de autonomía y saber”.

Voces

La libertad de pensamiento es el origen de todos los demás derechos.

René Cassin

Solo hay un derecho innato: la libertad.

Immanuel Kant

Podré no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo.

Voltaire

La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre.

Miguel de Cervantes

El genio solo puede respirar libremente en una atmósfera de libertad.

John Stuart Mill

Estamos condenados a ser libres.

Jean Paul Sartre