Por Sergio Pérezgrovas
La verdad es que mientras más enojado estoy con este país y más lejos viajo,
más mexicano me siento.
Jorge Ibargüengoitia
El dictador ha sido uno de los subtemas de la literatura contemporánea iberoamericana. Basta recordar obras como Tirano banderas, de Valle Inclán; La sombra del caudillo, de Martín Luis Guzmán; El recurso del método, de Alejo Carpentier; El señor presidente, de Miguel Ángel Asturias; La fiesta del chivo, de Mario Vargas Llosa; Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos; El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez; y, por supuesto, Los relámpagos de agosto y Maten al león, de Jorge Ibargüengoitia.
Cuenta la leyenda urbana que, estando en una borrachera, Vargas Llosa, Carpentier, el Gabo y el mismo Jorge hicieron una apuesta para ver quién escribía la obra que retratara mejor al dictador latinoamericano.
Yo digo que fue Los relámpagos de agosto, de 1964, ganadora del Premio de las Américas.
El texto, irreverente y satírico, narra las vicisitudes de una rebelión armada en los albores del México posrevolucionario.
Luego, siguiendo la tradición, Jorge escribió, en 1977, Maten al león. La historia se desarrolla en alguna isla caribeña y el objetivo de los protagonistas es asesinar a un tirano. La peli la llevó a cabo el Perro Estrada, perdón, José (pero le decían el Perro).
En estos dos casos Jorge, quien fuera amigo de Manuel Felguérez, muestra una narrativa única y cargada de simbolismos. Basta recordar que en aquella época la censura por parte de los editores y en el cine era feroz.
Aunque todos los escritores que participaron en la apuesta lograron hacer tremendas novelas yo me quedo con el sentido del humor del guanajuatense. Cuando salieron los libros yo era un escuincle imberbe, pero quedé fascinado con la obra. Le pedí a
mi papá que fuéramos a la Librería Gandhi y compré (en realidad los pagó él) Las muertas, sacada de una nota roja escrita por mi amigo Félix Fuentes, Dos crímenes, La ley de Herodes y Los pasos de López (esta última ya de grande), que es con otros
nombres un relato de los próceres de la Independencia y su historia.
Mi reflexión es entonces: ¿ya se acabaron los dictadores o los escritores tienen otra temática? Por supuesto hablo de la ficción, nada que ver con la realidad.
El asesino del Palacio
Encontraron el cuerpo en medio del patio central con un disparo certero en el corazón. El recinto estaba vacío. Solo el fiambre tirado y dejado al azar. Llamaron a Tris porque sabían que era el único que podía encontrar al culpable en menos de 24
horas. La bala era calibre .9 milímetros de una Pietro Beretta, como la que usaba James Bond en algunas pelis. Esto lo sabía bien el detective, quien con tan solo ver el agujero y el impacto supo qué arma se usó. Entró en uno de los cuartos de
vigilancia y curiosamente todas las cintas estaban borradas. Fue con el intendente, quien traía una pistola de esas características. Sacó su Glock y se la puso en la frente, le pidió que le diera el arma. Todavía tenía residuos y olía a pólvora quemada.
Encontró al asesino en menos de diez minutos. Faltaba averiguar el motivo del asesinato.