Si bien es cierto que las instituciones vibran y adquieren el ritmo que el titular de las mismas les impone, existen cuestiones que rebasan por mucho el estilo o preparación personal de aquel o aquella que se encuentre al frente del timón. Una de esas cuestiones, de innegable trascendencia, tiene que ver con la arquitectura misma de aquello que motiva la existencia institucional.
Así, la obligación por proveer de seguridad a la ciudadanía motiva la existencia institucional de las correspondientes secretarías, así como el aparato de procuración y administración de justicia del Estado. Por igual, la existencia del derecho a recibir educación, así como el fundamental requerimiento social por acceder a la preparación provista por el Estado, da lugar a la necesidad de contar con una secretaría del ramo que articule la política educativa.
Pero la gran preocupación debe apelar a ese origen: existe una imperiosa necesidad por definir y contar con una política pública integral en materia educativa. Por ello es claro que nuestro núcleo de inquietud como sociedad debe ubicarse en mayor medida en qué tan sólida es la misma y cuánto esfuerzo y presupuesto eficiente del Estado le corresponde a la misma, más allá de mantenernos en la superficie de la discusión por la titularidad de alguien que vendría a conducir un automóvil carente de neumáticos.
De lo que ya no debería haber duda alguna es de que la educación es condición necesaria para el aumento de la productividad y la generación de prosperidad en cualquier sociedad. Las consecuencias de contar con sistemas educativos sólidos, con altura de miras y prospectados hacia un futuro que presuroso nos alcanza, generalmente versan sobre mayores oportunidades laborales, mejor convivencia social y mayor gobernabilidad democrática. Muchas referencias y estudios lo confirman.
Criterios
Particularmente vienen a mi memoria las aseveraciones contenidas en diversos estudios que Bernardo Kliksberg aportara. El contador, economista, sociólogo y académico argentino ha ahondado en los conceptos que forjan la gerencia social; con un amplio enfoque en la dimensión ética que tienen los individuos y los Estados para la erradicación de la pobreza. En la coordinación de los Foros de Pensamiento Social Estratégico del PNUD en 2008 Kliksberg pudo aterrizar con solvencia la correlación existente entre la calidad de los sistemas pedagógicos y cómo estos en la medida que son solventes y eficientemente fondeados contribuyen de forma contundente para abatir los déficits sociales. Por otra parte, énfasis especial adquiere para el economista el hecho de que en diversos países de América Latina la educación encuentra focos de contaminación preocupantes por ideologías o intereses políticos o sindicales.
Parecerá que la mención no aporta nada nuevo. Sin embargo, resulta preocupante que a pesar de un fondeo que bien parecería suficiente si se compara con otros países el rezago educativo en México es cada vez mayor. Nuestro país destina 13.4% del gasto público para la educación; 364 mil 600 millones fondearon el presupuesto de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Aun con esas cifras que superan gastos para el mismo rubro en países como Francia o Reino Unido la pobreza educativa se apersona cada vez con mayor insistencia.
En la próxima discusión del paquete económico estará de forma inseparable la cuantificación del gasto educativo y ojalá el destino de los fondos millonarios de verdad vengan a proveerse con criterios de máxima eficiencia ante lo dispendioso que resultan las fugas hacia burocracia en materia educativa.
Y otro equiparable dispendio y atentado a la libertad sin duda es la mácula que se agranda por encauzar el pensamiento del educando al combatir en los libros las fobias políticas del momento. Ningún sistema de educación debería predisponer el pensamiento hacia el juicio de lo que a criterio ajeno resulta bueno o malo. La provisión de elementos de conocimiento para formar el pensamiento crítico es deseable.
Pero aquí estamos de nuevo, discutiendo si la titularidad de una secretaría es idónea, opinando si los fondos destinados son suficientes y si la ideología política no es un veneno en la mente de los jóvenes. Merecemos ampliar la discusión al nivel de un Vasconcelos, de un Barrera, de un Sierra, de una Amalia González, de un González Casanova, para quienes acaso la educación era la respuesta deseada.