Jon Lee Anderson: un viaje a su laboratorio periodístico

Jon Lee Anderson es parte esencial del staff de la revista The New Yorker y uno de los cronistas más celebrados del orbe

Jon Lee Anderson
Foto: Esther Vargas/Creative Commons
Hector González
Todo menos politica
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Jon Lee Anderson (California, 1957) vive con la palabra “viaje” bajo el hombro. En casa siempre tiene una maleta a medio hacer, lista para salir a donde sea requerido. A estas alturas ya aprendió a ir con lo indispensable: un saco —por si tiene que entrevistar a algún presidente—, unas libretas amarillas, plumas, un par de libros, algo de ropa casual y un puñado de piedras de playa.

No son amuletos, pero cuando cubrí distintas guerras entre 2001 y 2008 siempre encontré las piedrillas en mis bolsillos: provienen de la playa cercana a mi casa en Inglaterra. Me las regaló mi hija”. No recuerda si él las guardaba o si era la pequeña quien las depositaba en el equipaje. “Empecé a sentir que eran de buena suerte y tendían el lazo afectivo con la casa”.

Su viaje más reciente tuvo como destino Oaxaca: acudió a la Feria Internacional del Libro para presentar Crónicas de un país que ya no existe. Libia, de Khadafi al colapso (Sexto Piso), un volumen donde hace una revisión del impacto y efecto de la Primavera Árabe.

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Acostumbrado a ir a salto de mata, el periodista se considera ordenado “a su manera. Si ves mi despacho quizá pienses que no lo soy, pero en realidad sé perfectamente dónde está cada cosa”. Su desorden apunta hacia los números y las finanzas. “No me interesan”, afirma con la contundencia de quien va con lo indispensable. “Eso es: apenas llego a la habitación del hotel en turno, la acomodo de inmediato a mi manera; de lo contrario me siento desenchufado”.

Su libreta, más que notas, esconde esquemas y garabatos. “Son mis listas de pendientes”, secunda.

Asiduo de la Fundación Nuevo Periodismo, creada por Gabriel García Márquez, y parte esencial del staff de la revista The New Yorker, Anderson es uno de los cronistas más celebrados del orbe. Su biografía Che Guevara: una vida revolucionaria, es referencia obligada para entender al caudillo de la revolución cubana. Menos conocidos, aunque no por ello menos valiosos, son sus títulos Guerrillas, La caída de Bagdad y La tumba del León: partes de guerra desde Afganistán. Todos, en su conjunto, forman uno de los corpus periodísticos más importantes de los últimos años.

El método del reportaje se impone solo —explica—. Armo un esquema de logística para acercarme al personaje o al lugar”. Cada una de sus crónicas, perfiles o reportajes toma tiempo; en el mejor de los casos le lleva semanas, pero a veces son meses e incluso años. “Siempre manejo tres o cuatro historias en paralelo. Le doy seguimiento a una decena de lugares que me interesan. En general hablo con colegas, activistas, con las embajadas; depende del lugar y de mi intuición. Si me voy a acercar a una persona de poder tiendo a enquistarme en su ámbito y no apartarme de esa burbuja hasta que obtengo el acceso; después hago viajes posteriores para hablar con los adversarios”.

En su equipo de trabajo las grabadoras no figuran. “Prefiero transcribir, al tomar apuntes con la mano asimilas mejor lo esencial. Hago esquemas del contenido, pero la verdadera narrativa se construye mientras escribo”.

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Testigo de su presente

El presidente haitiano Michel Martelly es el nuevo objetivo del Jon Lee. En los últimos dos meses ha ido tres veces a la isla para descubrir lo desconocido del mandatario y también músico. “La primera vez una amiga me llevó a la ceremonia de apertura de un puente. Ahí Martelly ofreció un concierto. Lo vi durante siete horas alternar su faceta de músico con el mitin político. Por una cuestión instintiva supe que esa sería la escena con la que abriré mi texto. Me gusta escribir a partir de escenas”.

—¿El poder responde a idiosincrasias?

—Hasta cierto punto sí, aunque hay maneras compartidas. El ejercicio del poder lo impone el Estado de Derecho. Si Donald Trump no estuviera restringido por las leyes, no dudo que en caso de llegar a la Presidencia pondría a los inmigrantes en trenes para deportarlos. Pero como sabe que no puede hacerlo, ocupa la retórica. En África tiendes a ver el ejercicio de poder de una manera más descarnada, en muchos países no hay oposición o un Estado de Derecho. Lo que pasa en Reino Unido no sucede en Malí. Los sectarismos y la religión son elementos que imponen la práctica del poder”.

Anderson entre otras cosas es políglota. Gracias a su notable español a viajado decenas de veces por Latinoamérica y puede presumir de conocer bastante bien la región. “Es una zona volátil e indefinible. Si bien hay alternancia —excepto en Cuba—, todavía hay perfiles autocráticos. Prevalecen gobiernos con rasgos nacionalistas o populistas, encarnados por personajes que no tienen carnet democrático; incluso las sociedades que aceptan al caudillo y redentor demuestran una falta de Estado de Derecho y de madurez política”.

Como quien pasa lista, el periodista hace un recorrido en segundos. “Hay países con una fuerte tradición autoritaria: Paraguay, Honduras o Venezuela. Chile o Uruguay tienen una democracia bien lograda. Entre los contradictorios ubico a México y Colombia: son repúblicas que funcionan en el concierto internacional, pero a la vez están viciadas por patologías propias. La gran cruzada de México todavía es la consolidación del Estado de Derecho”.

Mención aparte merece el restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, situación que califica de histórica y positiva. “Ahora pueden ser rivales amistosos en lugar de enemigos declarados. Esto agrega un componente de positivismo a la región, porque el resto de los países estaban en medio de una contienda y tenían que tomar partido. El mayor reto es para Cuba, no para los estadunidenses. ¿Podrán conservar los cubanos su cultura? ¿Hasta dónde permitirán la inversión extranjera? ¿Podrán evitar convertirse en favelas? Vamos a ver, es muy fascinante. He ido cuatro veces este año con la intención de acompañar este proceso”.

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